“Son tiempos donde todos están contra todos, donde nadie escucha nadie, tiempos egoístas y mezquinos donde siempre estamos solos” Fito Páez

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miércoles, 17 de febrero de 2010

La vida renace de las cenizas


No cabe duda de que las personas somos seres simbólicos o “ser persona es simbolizar la vida” (A. Vergote). Desde esa perspectiva podemos analizar el símbolo que hoy propone la iglesia católica, la ceniza, situándolo en el contexto de la crisis.

La ceniza ha sido un signo presente en casi todas las culturas (griega, egipcia, árabe, en las tribus primitivas, etc.) con un significado asociado al polvo, a la amenaza constante de retorno a la tierra, el luto... Junto a ese sentido de muerte, la ceniza también se ha entendido como rescoldo, signo de esperanza y renacimiento (el ave fénix renaciendo de las cenizas). Por su parte, en la tradición cristiana la ceniza ha sido signo de fragilidad y pecado, al tiempo que recuerda la pequeñez de la criatura frente a Dios.

Hoy, el miércoles de ceniza, marca el paso de los carnavales a la cuaresma; de un tiempo de caretas, disfraces, comparsas, chirigotas,… que llevan a olvidarse o reírse, por unos días, de la dureza de lo real, a otro propicio para hacer frente a la propia realidad personal y social. Paradójicamente, en este día de tránsito, de lo lúdico a la pesadumbre del día a día, se produce la comparecencia del Presidente Zapatero en el Congreso, para plantear un pacto, ante la deriva que ha tomado la crisis.

Como todo símbolo, la ceniza nos facilita el acceso a aspectos de la realidad, los más profundos, que se resisten a cualquier otro medio de conocimiento, y deja al descubierto las características más secretas de la vida. Desde un punto de vista subjetivo, pienso en dos grandes aspectos que podemos tener en cuenta para afrontar estos tiempos difíciles en clave de conversión y esperanza:

· Mirar la crisis como un gran signo profético: el sistema y sus columnas se están derrumbando (podríamos hablar del signo de Nabucodonosor), tratando de dejar al descubierto qué es lo que se desmorona: un sistema basado en la codicia, el egoísmo, la ambición, el individualismo narcisista,… y, por tanto, algo que no se puede sostener y que constituye un verdadero escándalo; ¿se desmorona un modelo de vida basado en el bienestar individualista?. etc.

· Repensar la raíz del pecado. Esta caída del sistema, nos abre las puertas a descubrir la dimensión personal, social y estructural de eso que, en la tradición cristiana, se conoce como pecado original, o pecado contra la pobreza, ya que el ser humano no se acepta como es: un ser pobre y necesitado (de los demás, de la naturaleza, de Dios). Negación de su propio ser, pues ese reconocerse como un “ser necesitado” pertenece a su propia naturaleza ontológica, que se convierte en la base de la conflictividad social. Una conflictividad que, con frecuencia, entendemos de forma moralizante, o desde la creencia en un orden natural (impulso vital) que olvida o ignora que nace de la propia libertad del ser humano. Consecuencias de este pecado serían:

a. El individualismo: niega el sentido de la pobreza; olvida que sólo puedo liberarme de mi necesidad junto con los otros,…

b. El afán de poder, de “querer ser como Dios”. Lleva a ver a los otros como enemigos, competidores a los que tengo que dominar, explotar, oprimir, ..

c. La insatisfacción permanente, por que las necesidades pierden su verdadero sentido, y se convierten en signo de distinción, de poder, lo que da lugar a una profunda insatisfacción, que se trata de resolver a través de una posesión cada vez mayor.

Para concluir la entrad cabría añadir que el gran fracaso de la humanidad, y por tanto del cristianismo, es el no haber sido capaces de traducir a normas económicas las exigencias de nuestra pobreza y sus exigencias de comunión.

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