“Son tiempos donde todos están contra todos, donde nadie escucha nadie, tiempos egoístas y mezquinos donde siempre estamos solos” Fito Páez

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jueves, 16 de mayo de 2013

Ha ganado la economía


Artículo de Quim Brugué publicado el 14 de mayo de 2013 en Punt Avui, originalmente en catalán con el título Ha guanyat l'economia.
Ya hace tiempo que los economistas dan lecciones a los políticos, que los empresarios regañan los funcionarios y que, en general, la esfera privada impone su superioridad moral sobre el ámbito público. La economía, sin duda, ha ganado la partida a la política. Paradójicamente, después de su victoria, la economía continúa endosando las culpas de todo lo que va mal a la política. La economía manda cada vez más, pero no se siente responsable de las consecuencias. La política, en cambio, asume las consecuencias, aunque -desbordada y desacreditada- cada día manda menos. Los que juegan el partido -los titulares- han conseguido algo fantástico: cuando ganan es mérito suyo y cuando pierden es culpa de los suplentes.
La victoria de la economía es la victoria de una ideología: de un liberalismo de raíces thatcheristas que desmanteló el discurso socialdemócrata, hasta entonces dominante, y construyó una nueva mirada sobre el mundo, la neoliberal. El triunfo de una ideología no se expresa sólo en las urnas sino, sobre todo, en la capacidad para dominar el lenguaje y los referentes con que interpretamos lo que nos pasa y lo que necesitamos. La victoria de una ideología se produce, pues, cuando gana la hegemonía del discurso, cuando sólo somos capaces de entender el mundo a través de sus gafas. Lo podemos ilustrar con tres ejemplos.
El emprendimiento es el marco de referencia y nos conduce a una sociedad cada vez más individualizada y menos solidaria
En primer lugar, el concepto económico del crecimiento se ha impuesto a la idea política de la cohesión. La realidad la define la evolución del PIB, no los índices de pobreza. El objetivo sensato -y que todo el mundo entiende- es el crecimiento, mientras que la cohesión es un concepto abstracto y que, en todo caso, ya llegará si logramos crecer. Todo el mundo tiene claro que hay que estimular el crecimiento, aunque no se discute el destino. Adelante, parece ser la consigna -sin que nadie explique hacia dónde vamos-. En cambio, si alguien menciona que una sociedad cohesionada es una sociedad más feliz, rápidamente se le califica de soñador incapaz de superar los traumas del 68. El crecimiento es el marco de referencia que condiciona nuestra comprensión del mundo y que, desgraciadamente, nos conduce a una especie de carrera suicida hacia la nada.

En segundo lugar, el concepto de individuo emprendedor se ha impuesto al de sociedad solidaria. Así, ante la grave situación que viven muchas personas, no necesitamos intensificar la solidaridad sino estimular el emprendimiento. Se afirma que quien no tiene trabajo debe inventárselo, y nos quedamos tan tranquilos. Se nos dice que la solidaridad territorial se convierte en expolio, y todos asentimos. Se nos explica que la solidaridad favorece las trampas y el fraude, y lo tomamos con naturalidad. La política -comandada por la economía- despliega programas de apoyo a los emprendedores mientras recorta las partidas de la solidaridad . Y, simultáneamente, la política asume las nefastas consecuencias de una sociedad cada vez más desigual y más polarizada. El emprendimiento, en cualquier caso, es el marco de referencia y, desgraciadamente, nos conduce a una sociedad cada vez más individualizada y menos solidaria.

En tercer lugar, el lenguaje empresarial define en términos clientelares las relaciones entre la política y los ciudadanos. Como pagadores de impuestos, esperamos que la administración dé plena satisfacción a nuestras demandas. Y punto. La política, sin embargo, no puede ser nunca clientelar. La política no se dedica a satisfacer demandas sino que siempre frustra expectativas. La política no puede dedicarse a dar respuestas individuales sino que debe construir proyectos colectivos, donde nadie verá satisfechas la totalidad de sus demandas. La política siempre se sitúa en los grises, nunca en el blanco o negro. Pero eso ya no lo entendemos y, por tanto, la política -sometida a la lógica clientelar- se ve abocada a un fracaso anunciado: prometer satisfacciones individuales que no puede ofrecer. Un marco de referencia, de nuevo, que derrota la política incluso antes de salir al terreno de juego y que, desgraciadamente, deja la victoria en manos de aquellos que están más preocupados por sus intereses privados que por siempre intangible interés público. Ha ganado la economía, ha perdido la política... y así nos va.