“Son tiempos donde todos están contra todos, donde nadie escucha nadie, tiempos egoístas y mezquinos donde siempre estamos solos” Fito Páez

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jueves, 11 de febrero de 2010

LA NECESIDAD DE UNA MÍSTICA DE OJOS ABIERTOS

Después de meditar acerca de la metáfora anterior viene a cuento la conocida y profética frase de K. Rahner: «El cristiano del futuro o será un místico o no será cristiano». Y que nos recuerda que hoy, en las difíciles y complejas situaciones de nuestro mundo atravesado por una profunda crisis, necesitamos de la experiencia personal de Dios para poder repetir la experiencia de algunos testigos de la fe: como Jacob en su camino desconocido: «Dios estaba aquí, y yo no lo sabía» (Gn 28,16); o la de Job, que exclama desde el fondo de los infiernos humanos: «Te conocía sólo de oídas; ahora te han visto mis ojos» (Job 42,5).
Cabe recordar que la mística es una dimensión de toda vida humana y no un privilegio de personas especiales. Una experiencia que la mayoría de personas vivimos de forma más bien vaga e indefinible, y nos resulta casi imposible describirla con palabras claras.
Además del encuentro con Dios (aunque sea de forma vaga e imprecisa), el místico cristianos coloca al Dios de Jesús en el centro de su corazón: descentramiento personal que posibilita una nueva visión de la realidad y una nueva manera de situarse en la vida. Así, la experiencia mística no consiste tanto en tener visiones extraordinarias como en tener una visión nueva de toda la realidad, descubriendo a Dios como su última verdad, como su fundamento. Esta nueva mirada, por otra parte, es fundamental para vivir el compromiso por el reino de Dios, y hacerlo al estilo de Jesús: esto es, con los «ojos bien abiertos» y poder contemplar la cotidianidad más espesa atravesada por esa Luz que hace transparente el barro (2 Co 4,6).
Otro gran teólogo, Johann-Baptist Metz nos habla de la «mística de ojos abiertos»: “La experiencia de Dios inspirada bíblicamente no es una mística de ojos cerrados, sino una mística de ojos abiertos; no es una percepción relacionada únicamente con uno mismo, sino una percepción intensificada del sufrimiento ajeno”. El “místico de ojos abiertos” abre bien los ojos para percibir toda la realidad, porque sabe que la última dimensión de todo lo real está habitada por Dios. Se relaciona con el mundo dándose cuenta de las señales de Dios. Se sumerge en las situaciones humanas; desgarradas o felices, buscando esa presencia de Dios que actúa dando vida y libertad.
El evangelio muestra en muchas ocasiones como Jesús mira la realidad y ve en su hondura dimensiones que los demás no son capaces de ver. Por ejemplo, para la mujer sorprendida en adulterio, cercada por los varones dispuestos a apedrearla hasta la muerte, no hay salida desde la mirada de la ley, de la tradición y de la cultura. Jesús la mira desde la lógica del amor, y desde ahí sí hay salida para ella (Jn 8,1).
Esta nueva mirada cambia radicalmente la manera de percibir la realidad y de acercarse a ella. Por eso es capaz de recrear la realidad, de encontrar salidas allí donde parece que no has hay. En particular, Jesús ve a las personas pobres y marginadas de manera nueva. Recrea la mirada y recrea la vida de estas personas. Por eso será en la confrontación con los desechos de la sociedad donde se prueba la verdad de nuestra mirada. ¿Cuándo te vimos, Señor, hambriento, desnudo, emigrante, enfermo y encarcelado?» (Mt 25, 37- 46). Esta es la nueva y desconcertante manera de mirar la realidad. Valorar el valor de la vida humana en los últimos, y no en el bienestar de los satisfechos.

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