“Son tiempos donde todos están contra todos, donde nadie escucha nadie, tiempos egoístas y mezquinos donde siempre estamos solos” Fito Páez

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sábado, 18 de diciembre de 2010

El conflicto social ni se crea ni se destruye, únicamente se transforma

Me parece importante recuperar la visión del conflicto social, de la lucha de clases, como fuerza o energía movilizadora de la dinámica social, como las diferentes movilizaciones que recorren el continente europeo ponen de manifiesto. O, desde la otra cara de la moneda, salir de ese estado de anonadamiento, en el que nos habíamos olvidado esa presencia y dinamismo del conflicto social, resultado de habernos dejado seducir por la perspectiva de altos niveles de un bienestar material acomodaticio. Bienestar que ha servido para acomodarnos al orden vigente, convirtiendo la economía, el logro de la máxima producción posible, en el principal objetivo social, algo por lo que hemos tenido que pagar un precio muy alto: el sacrificio de nuestra libertad y el olvido de las víctimas de la exclusión social.
Las movilizaciones que atraviesan los países europeos pueden ayudarnos a salir de ese olvido y a reconocernos como herederos y continuadores de esa lucha de liberación que atraviesa la historia de la humanidad. Para hacerlo hemos de ser capaces de descubrir que, esas movilizaciones, más allá de la defensa de determinados niveles de bienestar, son un grito común de reivindicación de una vida digna. Dignidad que, golpe a golpe, está siendo destruida por los gobiernos con la aprobación de una ley tras otra, al dictado de los mercados. Leyes improvisadas y aprobadas a ritmos vertiginosos, que van recortando -cuando no anulando- derechos laborales y sociales: atacando la eficacia de los convenios colectivos, facilitando aún más los despidos, reduciendo salarios de los funcionarios, limitando o encareciendo servicios públicos, como trasportes, hospitales, universidades, etc.
Recuperar la creencia en el valor constructivo del conflicto social lo que, entre otras cosas, implica abandonar nuestro individualismo y transformar el miedo social que nos atenaza en determinación y confianza, es una de las pocas posibilidades que tenemos para poder cambiar las cosas. El descontento social, expresado a través de las movilizaciones y otras fórmulas de protesta, aunque a corto plazo no logre conseguir los objetivos perseguidos (los trabajadores españoles no logren parar la reforma laboral; los franceses detener la ampliación de edad de juventud; los estudiantes ingleses evitar el aumento de las tasas universitarias, la sociedad griega liberarse del yugo de los mercados,... ) es una semilla que germinará en nuevas formas de progresos social. No cabe duda de que serán necesarios estudios, debates, propuestas,... para ir diseñando ese otro mundo posible, pero un paso previo y necesario es abandonar nuestra apatía y recuperar la calle como lugar de encuentro y de expresión de las ansias de transformación social; de otra forma de resolución del conflicto social, inclinando la balanza al lado de las clases populares y trabajadoras.
Este olvido de la existencia del conflicto social, de nuestra condición de explotación, opresión y dominación, hemos de verlo también como causa de la crisis de las organizaciones del mundo obrero, de los sindicatos,... que han perdido buena parte de su identidad y finalidad.

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