“Son tiempos donde todos están contra todos, donde nadie escucha nadie, tiempos egoístas y mezquinos donde siempre estamos solos” Fito Páez

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lunes, 1 de marzo de 2010

SINDICATOS. ÉRASE QUE SE ERA

Desde la afiliación y la experiencia sindical, y desde la defensa de la necesidad de un compromiso en los ámbitos de trabajo, basado en una afiliación y una militancia sindical crítica, que posibilite el protagonismo de los trabajadores y un trabajo colectivo en la mejora de las condiciones de vida y trabajo, realizo estas reflexiones (subjetivas, desde una experiencia que reconozco limitada) con el propósito de dialogar acerca de una herramienta tan necesaria en estos momentos, y que parece no responder de forma adecuada.
Un sindicato reivindicativo frente a un sindicato de negociación.
Tras la transición, a medida que se consolidaba el modelo de democracia representativa, la presión y la reivindicación fueron cediendo paso a favor de la negociación. Es más, a medida que se perdía la visión del sindicato como agente de cambio y transformación social, que se abandonaba el horizonte utópico de una sociedad distinta al capitalismo, se consolidaba un sindicato de negociación.


Pero en un sindicato de negociación chirriaba la figura de militantes sindicales formados en los ideales de cambio; fraguados en enfrentamientos y luchas con la patronal, con un sentido de la dignidad, pues valía “morir de pié (despidos, sanciones, …) que vivir de rodillas”.

La nueva realidad sindical era terreno abonado para técnicos y burócratas. Así, que poco a poco comenzó una transformación de los protagonistas sindicales, que empezaban a ser personas que apenas conocían ni la memoria ni la conciencia obrera. Hubo antiguos militantes sindicales que se convirtieron a la “modernidad”, abandonando las asambleas de fábrica por un sillón en el despacho, y un puesto en las mesas de negociación. Por otra parte, una nueva cohorte de sindicalistas iba apareciendo: jóvenes con experiencia laboral, a veces con alguna titulación afín a las tares sindicales (graduado social, relaciones laborales, derecho,…) iban ocupando posiciones: asesores en las mesas de negociación, “visitadores” de empresas, técnicos de los servicios de empleo,… Personas sin apenas práctica laboral, sin experiencia de las situaciones de explotación y humillación inherentes a las relaciones laborales, empezaban a acumular poder en el aparato sindical, hasta llegar, en algunos caso, a convertirse en miembros de la dirección del sindicato.

Se trata de un proceso “funcional”; este sindicalismo de negociación requiere de personas con, al menos, una doble característica: ciertos conocimientos técnicos y normas de negociación (lo “políticamente correcto”) y, tragaderas suficientes para asumir sin grandes problemas de conciencia los “sapos” que hay que tragarse.

Claro que, un sindicalismo de este corte tiene efectos “colaterales”. Primero, una desmovilización del sindicato y una pérdida de actividad “reivindicativa”. Se trata de dejar las manos libres a quiénes llevan el peso de la negociación. Lógicamente, esto no entusiasma a nadie, no motiva a afiliarse, a participar en el sindicato. Por otra parte, acentúa los conflictos con los militantes sindicales resistentes, vistos cada vez más como un vestigio del pasado.

El problema es que nuestro modelo sindical se basa en los resultados de las elecciones sindicales y, para concurrir a ellas, hay que presentar algún tipo de méritos entre los trabajadores; demostrar alguna utilidad, por una parte para la cuota que pagan los afiliados, por otra, para el voto de los trabajadores.

Esa necesidad de “validarse”, de aportar valor ha dado lugar a que se desarrollen otras de las características del actual sindicalismo: los servicios, las alianzas con las empresas.
- Los servicios ocupan, cada vez más, un lugar importante en el sindicato, al menos como fuente de financiación y como banderín de enganche para lograr afiliados. En este esquema la Formación ha llegado a convertirse en un servicio básico, no una formación orientada a crear conciencia sindical, sino una formación meramente profesional y aséptica, orientada a aumentar las posibilidades de empleabilidad de las personas, cuando no una formación típicamente bancaria, en términos de Paulo Freire, orientada a acumular ya ni siquiera conocimientos, sino méritos para promocionarse en el empleo, fundamentalmente entre los funcionarios del sector público.
Otros servicios como la construcción de viviendas, el fomento de vacaciones, junto a una retahíla de otros servicios como dentista, óptica, ginecólogo,…

- Con las “alianzas” se hace referencia a una de las historias más negras del actual sindicalismo, estrechamente relacionada con varios fenómenos interrelacionados entre sí: pérdida de presencia militante en el marco de las empresas, externalización o subcontratación, aparición de empresas vinculadas a los partidos políticos y/o sindicatos, especialmente en el terreno de subcontratas de la administración (servicios sociales, limpieza, recogida de basuras, seguridad,…).
Resulta lógico que una de las consecuencias más inmediata de la desmovilización sea la de un espectacular aumento del poder de las empresas, frente a los trabajadores, en el marco de las relaciones laborales. Incremento de poder que se manifiesta, en primer lugar, en la represión de aquellos sindicalistas o trabajadores cuya actividad resulta molesta a los intereses de la empresa. En segundo lugar, aunque la “negociación colectiva” se consigan acuerdos más o menos favorables a los trabadores (salud laboral, conciliación de la vida laboral y familiar, reducciones de jornada,…) en la práctica cotidiana el poder de las empresas los deja descafeinados. Por el contrario, se fomenta un tipo de relaciones laborales basadas en la fidelidad individual de los trabajadores, a cambio de un buen trato por parte de la empresa. En resumidas cuentas, se renuncia a la libertad, en aras de una seguridad que promete la empresa (no queriendo ver la mentira de que a la empresa sólo le interesan los trabadores como fuente de beneficio).
En las subcontratas, dónde las empresas compiten bajando los precios, estos beneficios sólo se consiguen aumentando la explotación de forma directa (pagando a los trabajadores por debajo de lo que les correspondería, no cubriendo las bajas, no cubriendo todas las jornadas, utilizando productos de peor calidad y más perjudiciales para los trabajadores, etc.).
En este contexto, ¿cuál puede ser el papel del sindicato, teniendo en cuenta que debe obtener una rentabilidad en forma de votos en las elecciones sindicales? Pues en muchas ocasiones, lo que vemos son sindicatos que establecen alianzas con las empresas, de forma que “garantizan la paz social”, a cambio de poder tener cierto poder a la hora de colocar a sus afiliados o personas cercanas. Esto es, se llega a un sindicalismo clientelista, que no deja de suponer una vuelta más en esa pérdida de dignidad de los trabajadores.
Particular mención merecen algunas empresas, con frecuencia encuadradas en el tercer sector, y nacidas bojo los auspicios de algunos partidos y sindicatos con la intención de prestar unos servicios necesarios, a un precio más barato que lo hace la administración, incluso las empresas privadas. Por lo general, con el devenir del tiempo, estas empresas se convierten en una forma de obtener contratos públicos poco transparentes, proporcionando buenos beneficios,, al tiempo que se incrementa la explotación laboral de las personas subcontratadas.

Sin duda, la negociación colectiva, y la participación de los sindicatos en grandes pactos, autonómicos o estatales, puede suponer un avance. Pero si esto se quedara aquí, estaríamos llegando a un momento en el que surge la necesidad de otras formas de organización que complementen ese necesario, pero insuficiente, trabajo sindical, y superen esos efectos colaterales que tan perniciosos pueden ser para el conjunto de los trabajadores. Organizaciones que mantengan el horizonte utópico de cambio; comprometidas con la concientización y la defensa de la dignidad de cada trabajador y trabajadora; con una acción basada en la acción y el protagonismo de los trabajadores, no en su reducción a clientes que consumen servicios y, de vez en cuando, demandan asesoría y defensa legal. También resulta necesario ir tejiendo una red de organizaciones que de respuesta, desde la complementariedad, que no desde una pretendida unidad, a la multiplicidad de contradicciones que se presentan hoy en el mundo obrero: nacionales/extranjeros, ocupados/parados, fijos/precarios, etc.; por ejemplo mediante asambleas de parados o sin papeles, plataformas contra la precariedad, consumo solidario,... que haciéndose eco la de voz de estos parias actuales, sean cauce para su protagonismo, impidiendo que su liberación quede en mano de no se sabe que salvadores.

Mientras tanto, y sin contradicción con el impulso de estas formas organizativas, sigue siendo necesaria la afiliación y militancia sindical, desde una perspectiva y crítica y, siempre y cuando sea posible mantener unos mínimos éticos; una militancia orientada a la defensa de los derechos, que no privilegios, de trabajadores y trabajadora, de todos y no sólo de los de una determinada sección sindical, empresa, administración,…, en el marco de una tensión permanente entre el realismo (pragmatismo) que imponen las condiciones en cada momento, y la necesidad de ir creando condiciones para hacer posible lo que hoy parece imposible.

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