“Son tiempos donde todos están contra todos, donde nadie escucha nadie, tiempos egoístas y mezquinos donde siempre estamos solos” Fito Páez

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jueves, 25 de marzo de 2010

LA CORRUPCIÓN Y EL PODER DE DEFINIR LA REALIDAD

Leo en el Índice de Percepción de la Corrupción de Transparency International que los países con mayor grado de corrupción son Somalia, Myanmar, Irak, Haiti y Afganistan. Por otra parte, los países con menores niveles de corrupción según este índice son Dinamarca, Suecia, Nueva Zelanda, Singapur y Finlandia. La lógica parece aplastante: a mayor pobreza más corrupción, y además resulta políticamente correcto y tranquilizador (pobreza y corrupción son cosas del atraso, y poco tienen que ver con nosotros).
La estadística me produce inquietud; miro la realidad española y la omnipresencia de la corrupción, pienso en cómo las inversiones militares “civilizadas” sólo se producen cuando hay detrás poderos intereses económicos como el petróleo o los gaseoductos (Irag, Afganistán), materiales estratégicos (coltán en el Congo), … o en cómo se desarrollan las cumbres de “donantes”, pienso en los intereses de las industrias petroleras, farmacéuticas, de armamentos, en las agroalimentarias, o los casos de pagos fraudulentos a los parlamentarios británicos, por no hablar de las operaciones Gürtel en Madrid y Valencia; de la corrupción en Baleares, en Cataluña, … y hay algo que no me cuadra.
Profundizo un poco más y veo que este índice mide, sobre todo, el soborno de empresas a funcionarios, por tanto, identifica la corrupción con esta práctica de incumplimiento de normas legales, y con el resultado de beneficios directos para el político o burócrata correspondiente. Siendo esta una forma de corrupción especialmente grave (recuerdo con dolor como en haiti un 4% de la población posee la casi totalidad de la riqueza) me parece que es una forma de corrupción superficial, cuya gravedad es cebarse en los países más empobrecidos.
Una mirada crítica revela como en nuestras sociedades hay una corrupción más refinada, pero una corrupción más profunda y, que consiste en una corrupción de la política, de su función de búsqueda de bien común y cuyas consecuencias también son terribles, ya que destruyen las bases de nuestra convivencia, abriendo las puertas a la incertidumbre y la violencia, debido a la deslegitimación de los partidos políticos, de las instituciones democráticas y de la propia política, que conllevan.
Esta corrupción más refinada, tiene que ver con el uso fraudulento de la contratación pública o en la concesión de subvenciones (incluida la recalificación de terrenos) para favorecer a empresas o grupos, a cambio de la financiación de los partidos políticos, a menudo con enriquecimiento personal de las personas que ejercen la labor de recaudadores para el partido abusando de puestos públicos. También tiene que ver con al uso de información privilegiada, para favorecer a ciertas empresas; o con el abuso de cargo para obtener ciertos descuentos, regalos, consumiciones gratuitas, o favores futuros, que no permiten descubrir su beneficio inmediato y directo
Incluso hay otra forma de corrupción más profunda, como es la elaboración de leyes, normas, etc. para favorecer a grupos que financian a los partidos o a los gobernantes. Además en las economías avanzadas y globalizadas, resulta muy difícil el control del poder, y las posibilidades de actuar de forma fraudulenta se hacen infinitas. Así vemos como numerosas operaciones y decisiones que implican abuso de poder y beneficio privado pasan desapercibidas y ocultas a los ojos de las mayorías.
Esta forma de corrupción en su versión más refinada consiste en imponer y controlar una concepción de la política basada en la elaboración y aprobación de normas claramente beneficiosas para el corruptor, o en impedir y bloquear aquellas reformas necesarias y urgentes desde el punto de vista del interés general, pero perjudiciales para los grupos de interés corruptores. Pienso si los debates sobre la crisis de las pensiones, la necesidad de planes privados de pensiones, … no tienen que ver con las presiones de la banca que buscan servirse de todo para ampliar su negocio.
Y, todas estas corrupciones, están ligadas con la gran corrupción que, en nuestras sociedades, bajo la forma de competencia, hacen del beneficio privado el motor de la historia, convirtiéndose en esa “fábrica o molino del diablo” que describe Karl Polanyi en “La Gran Transformación” (Ediciones de La Piqueta, Madrid, 1989) y que hoy parece funcionar a pleno rendimiento.

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