“Son tiempos donde todos están contra todos, donde nadie escucha nadie, tiempos egoístas y mezquinos donde siempre estamos solos” Fito Páez

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lunes, 25 de marzo de 2013

Economía de la Salvación: fuera de los Pobres no hay Salvación


La cercanía y el compartir con los pobres (desde experiencias diversas en el Tercer Mundo, en acogidas de Cáritas, en la opción por vivir en un barrio obrero, desde el contacto con ancianos en residencias, transeúntes….) descubrimos un rostro nuevo, de los pobres y de la pobreza.

Los pobres nos interpelan. Sin caer en idealismos, descubrimos en la vida los pobres importantes interpelaciones: en su mayor capacidad para compartir, en su mayor apertura, su  mayor “naturalidad” a la hora de afrontar sus problemas (al rico le cuesta más mostrar sus problemas y los oculta, le preocupa más la imagen), su visión el mundo, su sentido de libertad… y nos enseñan que se puede vivir con menos y con más austeridad; que con pocas cosas se puede vivir bien y ser feliz. Nos ayudan a cuestionarnos acerca de nuestro nivel de consumo:¿realmente necesito esto?, ¿de verdad es una necesidad?
Y, sobre todo, nos interpelan a través de la  conciencia de su propia dignidad, por eso, lo que más valoran es que se respete su dignidad, y lo que más les duele es que se les humille en su dignidad, que se les desprecie, ya que quedan reducidos a un don nadie, a gente sobrante.
Por eso, la presencia de los pobres es necesaria en la iglesia y en la sociedad. Pero más aún, es necesario su protagonismo, pues son ellos quienes pueden liberarnos, ya que no solo nos interpelan, sino que los pobres nos hacen cambiar, y nos enseñan algo fundamental y que es el culmen de la salvación: que todo lo que tenemos es pura gracia; que el comienzo de nuestra vida, así como el de nuestra salvación, nos ha sido dado gratis. Y aprendemos con ellos que el principio de esta salvación no es la propiedad, ni el derecho… si no el aprender a recibir, algo que cuesta, porque implica sentirnos necesitados, sentirnos pobres…
Esto es, implica ir a contracorriente de lo que es habitual en nuestra sociedad, donde el ser se confunde con el tener; donde la felicidad se identifica con el consumo… Una sociedad en la que el dinero tiene un gran poder de seducción, y que repite hasta la saciedad: si tienes más será más y podrás ayudar más…; incluso en los ambientes  eclesiales se afirma que con más recursos evangelizaremos mejor, olvidando que se trastoca de manera sustancial la relación con el pobre.  Todas estas promesas del dinero sólo impone una limitación: no criticarás al dios dinero.
Una gran tentación que no es fácil discernir, pues está totalmente incardinada en nuestra vida cotidiana, en la que el dinero invade y contamina casi todo: la promoción humana se interpreta como ganar dinero y como más responsabilidad y más participación; una profesión buena es la que se gana mucho dinero, y no en la que se ejerce como vocación de servicio;… Una vida que permanentemente nos empuja al enriquecimiento y a situarnos al lado de los ricos, alejándonos de los pobres, vistos como fracaso. Esto es, nuestra vida cotidiana está llena de llamadas a hacer alianzas con el dios dinero, un dios que es irreconciliable con el Dios cristiano.
Conviene recordar que cuando falla la seducción, el miedo y la violencia son las otras grandes armas del sistema al servicio del dios dinero. Cuando no te dejas seducir se recurre a hacerte la vida imposible, negándote los derechos, privándote de recursos, incluso de la libertad.
Y no es extraño que el dios dinero y sus apóstoles tengan miedo a la gracia. Pues si descubrimos que lo que tenemos nos es dado, entonces no tiene sentido el derecho a la propiedad privada; el sentido de nuestras vidas será el de ser buenos administradores de todo lo que hemos recibido. Si yo tengo más cualidades, es para ponerlas al servicio de los demás, no para aprovecharme, enriquecerme o trepar a costa de los demás… Tendrá que cuidad de la vida, de la propia y de la de todos, de la naturaleza… Todo lo que tenemos es recibido y lo contrario es vivir en la mentira y el engaño.
Desde esta clave, hacemos una nueva lectura de la realidad actual y, cuando vemos las grandes diferencias, por ejemplo de salarios, de oportunidades… tenemos que concluir que es un robo, a la sociedad, a los demás. San Ambrosio decía que lo que te sobra no te pertenece: “el pan que tú guardas pertenece al hambriento. Los vestidos que tienes en tu cofre, al desnudo. El calzado que se pudre en tu casa, al descalzo. El dinero que atesoras, al necesitado” (San Basilio, Homilía sexta, PG 31, 277). Y esto es así porque Dios ha dispuesto que el progreso humano haga posible en cada época que todo hombre tenga, a partir del trabajo y la naturaleza, lo necesario para una vida digna. Pero el acaparamiento excesivo, lo superfluo, y el dispendio tienen siempre razón de injusticia.
Por eso, tenemos que aprender a prevenir y evitar la enfermedad del rico, consistente en acumular y no compartir lo que se tiene (sea poco o mucho) y por la que los ricos y poderosos se aprovechan de lo que no es suyo; y la forma de lograrlo es asumir como actitud básica el no aferrarse a nada de esta vida.
Y para lograr resistir a esa feroz seducción del dinero sólo hay una solución, la que nos enseña S. Francisco de Asís: dejarse seducir por el crucificado, y aunque no es fácil, podemos seguir el camino que nos enseñó el propio Jesús: ir a los pobres sin superioridad, sin complejo de salvadores… ir a estar, a recibir la fuerza de los pobres, desde el crucificado. Así podremos vencer también nosotros las grandes tentaciones que, a menudo, se esconcen detrás de ese complejo de salvadores y liberadores, que tan peligroso resulta; ya que el proceso es justo al revés, de los pobres recibimos luz y salvación. 

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