Recientemente el profesor Quim Brugué ha escrito És la política, idiotes![1]
libro que, en estos tiempos que corren, se atreve a reivindicar la política,
algo que no sólo significa remar contra corriente, sino que para más de uno
resultará una locura, cuando no una provocación. Sin embargo, entiendo que se
trata de un ejercicio no sólo necesario, sino totalmente recomendable para no
dejarnos arrastrar por esa corriente de destrucción de toda forma de política.
Con ese motivo recientemente he tenido la oportunidad, junto
a un grupo de amigos, de escuchar a Quim exponer las principales ideas y tesis
de su libro, y de compartir un amplio, pero inacabado, dialogo acerca tantas
cuestiones tan presentes en nuestra cotidianeidad, y que el libro ayuda a
resituar y redimensionar. Una experiencia sumamente gratificante que espero de
pié a varias entradas en el blog.
Como frontispicio a su introducción Quim señala que la
recuperación del crédito de la política pasa por denunciar todas las prácticas corruptas
y perversas de la política actual, sin paños calientes, pero que siendo
condición necesaria esta crítica no es suficiente para regenera la política, pues
además requiere la puesta en valor que la política como algo positivo.
En ese sentido, cabe recordar que la política es algo totalmente
necesario que nos posibilita vivir juntos, que es una fuerza civilizadora y, por
el contrario, que la no-política es algo que siempre ha favorecido y favorece a
los poderosos. En estos tiempos es frecuente referimos a la política como una
selva, aunque en realidad es al revés: vivir sin política es vivir en la selva,
sometidos a la ley del más fuerte.
Tras el título del libro, “Es la política, idiotas,” late
una doble finalidad. Una, parafrasear aquel conocido eslogan que pusieron de
moda los asesores de Clinton, “Es la política, estúpido” y denunciarlo como representación
y punto álgido en ese movimiento de negación de
la política unido al auge neoliberal, sin olvidar que, precisamente la
falta de política, o la renuncia de los políticos a hacer política, ha sido, y
sigue siendo, uno de los agravantes de la dramática situación en que nos
encontramos.
Otra, el término idiota como reivindicación de su
significado clásico, cuando los griegos la utilizaban para referirse a aquel
que no se ocupa de los asuntos públicos, sino solo de sus intereses privados.
Idiota, por tanto, indica no solo lo opuesto a ciudadano, al que se ocupa de la
cosa pública, sino que además designaría
una persona incapacitada.
Bueno, podríamos recordar a Gabriel Celaya y su poema La poesía es un arma cargada de futuro, a aplicárselo a la política.
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Bueno, dejamos para otra entrada posterior que clase de política (poesía) es la que hoy es necesaria
[1] Joaquim
Brugué Torruella: És la política, idiotes! Accent Editorial, noviembre 2012
(escrito en catalán)
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