“Son tiempos donde todos están contra todos, donde nadie escucha nadie, tiempos egoístas y mezquinos donde siempre estamos solos” Fito Páez

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domingo, 13 de enero de 2013

¡FELIZ AÑO NUEVO!


Artículo de Mariano Berges aparecido en “El Periódico de Aragón” en fecha 5-1-13
 
¿Por qué repetimos esta utopía y ucronía tan machaconamente? Sabemos que hoy (cronos / tiempo), en España (topos / lugar), es difícil ser feliz y, sin embargo, invitamos y deseamos a nuestros próximos que lo sean. ¿Es ironía o apertura al infinito?

El análisis que podemos hacer sobre la felicidad es muy variado y complejo, ya que son varias las disciplinas que la estudian: la Filosofía estudia su concepto y realidad; la Psicología estudia los factores endógenos del individuo que hacen posible la felicidad; la  Sociología se ocupa de analizar qué factores sociales son necesarios para ser feliz; la Antropología muestra cómo conciben la felicidad las distintas culturas; para las religiones teístas la felicidad sólo se logra en la unión con Dios. Como factor común y general podemos decir que todas las disciplinas conciben la felicidad como un estado de ánimo que se produce en la persona cuando cree haber alcanzado una meta deseada.

Hagamos un brevísimo recorrido conceptual. Posiblemente, el autor que más y mejor ha trabajado el concepto de felicidad haya sido Aristóteles. Dice que todos estamos de acuerdo en que queremos ser felices, pero en cuanto intentamos aclarar cómo podemos serlo empiezan las discrepancias. No obstante, él considera que ser feliz es autorrealizarse, alcanzar las metas propias de un ser humano (eudemonismo).  Otro autores  griegos conciben la felicidad como ser autosuficiente (cínicos y estoicos) o evitar el sufrimiento mental y físico (Epicuro y hedonistas). Ya en la Modernidad, Kant no garantiza la felicidad al hombre moral, sino que la remite a Dios. Dice que “la moral no es propiamente la doctrina de cómo hacernos felices, sino de cómo debemos hacernos dignos de la felicidad”.  Cuestión compleja y fascinante. Si llegamos a perspectivas más actuales, según la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica la misión de los Gobiernos es la provisión de Seguridad y de Felicidad. El psiquiatra Luis Rojas Marcos llega a la conclusión de que, a pesar de todo, la mayoría de las personas se consideran felices la mayor parte del tiempo. El filósofo Alfredo Fierro entiende que la ciencia o arte del vivir feliz se extiende a una práctica y una ética de la feliz convivencia, privada y pública.

Hay dos disciplinas que tratan en profundidad sobre la felicidad. Son la ética (dimensión individual) y la política (dimensión pública). Ambas son innatas al ser humano y necesarias para su autorrealización. No sería mala idea pedir a los políticos que se dedicaran a ser felices y que procuraran la felicidad al resto de sus conciudadanos. Muchas veces he pensado que a los políticos debería juzgárseles por lo que son y no por lo que hacen (sí, no me he equivocado). De esta manera podrían decidirse a ser y, siendo, estarían posibilitados para hacer. También he pensado que el político debería preocuparse menos de la gente y más de sí mismo (tampoco me he equivocado). Quizás así nos enteremos de quién es quién. En el fondo, la gente normal solo pide que le dejen vivir. Su vida la pone él. Porque, tras la muerte de Dios, los políticos han querido ocupar su lugar. Vamos a peor, Dios era más dios.

No esta garantizada ninguna relación causa-efecto entre la acción moral y la felicidad. Algunos dirán que más bien al contrario, ya que hay muchos ejemplos de delincuentes y corruptos no condenados, ni siquiera socialmente. Algunos llegan a preguntarse si es rentable, al menos psicológicamente, ser honesto o buena persona. Lo que conllevaría un cierto tipo de felicidad personal o íntima. Pero la felicidad no es algo simple, ni teóricamente, como hemos visto, ni prácticamente. Porque nadie es feliz sin los otros, ya que la felicidad dejó de ser asunto solo privado para pasar a ser cuestión también pública, política y civil. El ímpetu revolucionario en los dos pasados siglos podía transformarlo todo en bien de todos. Y, de hecho, así lo hicieron: transformaron todas las desdichas y miserias en bienestar de todos y cada uno, siguiendo al pie de la letra el principio marxiano “los filósofos se han contentado hasta le fecha con interpretar el mundo, ahora es preciso transformarlo”. Hay, pues, no solo un cierto derecho, sino también una cierta obligación de ser felices y hacer felices a los demás.

Aunque no son buenos tiempos para la épica ni para la revolución, desistir de ello no lleva forzosamente a abdicar de cualquier práctica transformadora. Ninguna acción de rebeldía y transformación es inútil. Pues bien, amable lector, sea usted feliz, dentro de un orden (constitucional, por supuesto).
Mariano Berges, profesor de filosofía

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