Si no sabes que hacer, de momento podrías suscribir esta petición al ministro de Justicia: Salvemos la Hospitalidad:
Nos enteramos estos días que Gallardón
(que en tiempos fuera presentado como rostro dialogante del PP) prepara una
nueva reforma para penalizar a todas aquellas personas que presten cualquier
tipo de ayuda a los inmigrantes sin papeles. Antes, con el PSOE, y a se
introdujo esta vergonzosa persecución a los inmigrantes, y castigo a quienes
les ayudaran, en la ley de inmigración. Ahora, el PP, quiere llevarla al código
penal.
De
aprobarse esta reforma del Código Penal promovida por Gallardón, muchas personas
que ayudan y acogen a inmigrantes van a ser consideradas, y tratadas, como criminales. Y no se trata sólo de multas por
ayudar a estas personas en estado de extrema necesidad, sino que ahora se va a
penalizar con penas de hasta dos años
de cárcel.
El Gobierno del PSOE ya intentó –sin éxito- introducir
sanciones tanto a las personas que desarrollábamos prácticas de solidaridad y
hospitalidad, como hacia las personas extranjeras que se encontraran en España
en situación “irregular”, que no “ilegal”. Estas conductas se describen en
el art. 318 bis del Código Penal:
1. El que intencionadamente ayude a una persona que no sea nacional de un Estado
miembro de la Unión Europea a entrar en el territorio de otro Estado miembro o
a transitar a través del mismo, vulnerando la legislación de dicho Estado sobre
entrada o tránsito de extranjeros, será castigado con una pena de multa de tres
a doce meses o prisión de seis meses a dos años. “El Ministerio Fiscal podrá abstenerse de
acusar por este delito cuando el objetivo perseguido sea únicamente prestar
ayuda humanitaria a la persona de que se trate”. Si los hechos se cometen con
ánimo de lucro se impondrá en su mitad superior.
2. El que intencionadamente ayude, con ánimo de lucro, a una persona que
no sea nacional de un estado Miembro de la Unión europea a permanecer en el territorio
de Estado miembro de la Unión Europea, vulnerando lo legislación de dicho
Estado sobre estancia de extranjeros será castigado con una pena de multa de
tres a doce meses o prisión de seis meses a dos años.
A la vista de esta propuesta me
surgen muchos interrogantes. Por una parte, la jerarquía de la iglesia católica
en España ¿seguirá defendiendo la política del PP?, ¿seguirá diciendo que son
medidas necesarias e ineludibles?
En todo caso me imagino que, como
los obispos y arzobispos son los responsables de las Caritas diocesanas, y
estas van a seguir realizando su trabajo en fidelidad al evangelio y no a la legalidad, podrán ir a la cárcel en
cumplimiento del mandato de su Señor: “Porque tuve hambre y me disteis de
comer, tuve sed y me disteis de beber, era inmigrante y me acogisteis, estaba
desnudo y me vestisteis, estaba enfermo y me visitasteis, estaba encarcelado y
vinisteis a verme…” (Mt 25, 35 y ss.). Seguramente este podría ser un gran
signo para la iglesia de hoy, arzobispos y obispos encarcelados por fidelidad
al mensaje del Evangelio. Tal vez sea este el revulsivo necesario para que
sigan un camino de conversión similar al de Monseñor Oscar Romero cuando vio
como eran asesinados campesinos salvadoreños.
También me surgen interrogantes
en clave política y social, y es que como ya nos enseñó Karl Polanyi en “La Gran Transformación”, las raíces históricas del fascismo se
articulan en torno a un hilo conductor: el proceso de formación y desarrollo de
la sociedad de mercado; y eso es lo que parece volver a repetirse cuando asistimos
a la conversión global del mundo en una nueva “satanic mill”, en la nueva “fábrica
del diablo”, esta vez de manos del capital financiero. Hoy encontramos muchas
señales de que se están reproduciendo los mismos errores y, con ello se está
poniendo en marcha un nuevo imperio de muerte de mano de un renovado fascismo, al
que sin duda contribuyen de manera notable la medidas de Gallardón.
Y no podemos permanecer
impasibles sin convertirnos en cómplices de esa noche trágica que parece amenazar
de nuevo a la humanidad y que aún estamos a tiempo de detener. No podemos convertirnos
en espectadores impasibles, prisioneros de ese gran pecado de nuestras
sociedades que es la tentación de inocencia frente a tantas y tan clamorosas
injusticias del poder.
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