c)
La necesidad de un movimiento alternativo
Pero, aunque se “movilizase” un sector
considerable del pueblo, aunque ello provocase la realización de muchos
estudios debidos a un nuevo interés por las alternativas, eso no bastaría. La realidad
es que ni siquiera los mejores ideales y programas ejercen por sí mismos una
influencia duradera sobre la persona, a menos que se le ofrezca una oportunidad
de actuar, de participar y compartir ideas y propósitos con otros. Si se mueve
verdaderamente a unos hombres y mujeres, formarán el núcleo de un “movimiento”,
y este movimiento habrá de admitir, en grado diverso, que se coopere en ciertas
acciones, se compartan sentimientos, ideas y esperanzas, se hagan sacrificios y
se tenga, hasta cierto punto, una comunidad de símbolos y aun de ritos.
Para ser eficaz, una idea tiene que
encarnarse en el sentimiento y en la acción de un grupo. Las ideas que se han
hecho influyentes fueron difundidas, como puede mostrarse, por pequeños grupos
de adictos que impresionaron a otros por su entusiasmo, por su forma de vida,
por sus ideas y porque el espíritu de estas ideas se manifestaba en la misma
manera en que se constituían dichos grupos y en su modo de funcionamiento. (Propone
algunos ejemplos como los esenios, los cristianos primitivos, los grupos
monásticos, la Compañía de Jesús, los cuáqueros, los masones y los primeros
grupos socialistas y anarquistas.)
Sugiere que quienes crean seriamente,
jóvenes y adultos, en la necesidad de una alternativa se organicen en grupos. Resalta
el valor y la función histórica de estos pequeños grupos: “Las pequeñas organizaciones,
en apariencia impotentes, pero que están bien cohesionadas y tienen un espíritu
propio, han resultado a la larga más eficaces para vencer el poder arbitrario
que las mayores unidades militares, aunque sólo fuese por ser tan difíciles de
manejar y abordar”.
Estos grupos debieran ser
relativamente pequeños, grupos con no más de cien miembros cada uno. A fin de
prevenir una jefatura demagógica y la formación de una ideología, no debiera
haber una autoridad central que los dirija (en este sentido, los cuáqueros son un
buen ejemplo). Deben tener una idea común, la de
buscar la “alternativa humanista”, y deben discutir qué caminos hay hacia esta
meta.
Deben atravesar todas las confesiones
religiosas y políticas y no deben poner como condición para pertenecer a ellos ninguna
manera particular de ver las cosas.
Los participantes deberían obligarse a
llevar una vida que exija sacrificios. Son sugerencias en este sentido que los miembros
se abstengan de satisfacer deseos de aparatos innecesarios y enajenantes, que
contribuyan con el diez por ciento de sus ingresos para fines que promuevan los
objetivos del movimiento, que se creen una nueva forma de vida, una forma de
franqueza, veracidad y realismo, que dediquen parte de su tiempo al estudio y a
la propagación activa de los objetivos del movimiento entre las personas con
las que tengan relación social y con las que trabajen; que demuestren
objetividad y falta de fanatismo y, a la vez, valor y firmeza en todos sus
comportamientos.
Esto quiere decir, por ejemplo, que
hoy manifestarían, inequívocamente y de acuerdo con la conciencia de cada cual,
su protesta contra la la política de recortes y la corrupción política; contra
la agresión, la xenofobia o el racismo contra los inmigrantes ….
Deberían
tener también siquiera un mínimo de símbolos y ritos comunes. Se nos ocurre que
entre estas manifestaciones “rituales” podrían contarse unos períodos de
silencio y meditación en común. Los miembros deben aplicar su vida a practicar
la solidaridad y a superar el fanatismo y el egoísmo. Todas estas ideas no son
más que ensayos de sugerencias para indicar solamente el tipo de actividad a la
que me refiero. La elaboración de un programa detallado y válido para la vida
de grupo debe ser materia de discusión seria y prolongada entre los que quieran
participar. Se espera que estos grupos constituyan el núcleo activo de un
movimiento, pero que atraigan a muchos simpatizantes, influidos por su
dedicación y su seriedad, así como por sus sugerencias y propuestas concretas. Deberían
unírseles algunos intelectuales mayores, pero no como “jefes”, y deben ser tan
sensibles a la situación de los miembros jóvenes como éstos a los mayores con
más experiencia.
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