Moral, mística
y pobreza evangélica.
Estos rifirrafes
nos recuerdan que estamos perdiendo uno de los rasgos básicos que posibilitan
vida del cristiano: hemos perdido el contacto místico con Jesucristo y lo hemos
sustituido por la moral y lo legal que más que liberar esclavizan. Dios quiere
un pueblo convencido, no obligado. El miedo y las amenazas tampoco son buena
pedagogía, ya que hacen perder la libertad.
Desde estas
claves consideramos que la nota del arzobispado de Madrid, en su forma y
contenidos, resulta desafortunada y criticable. Por supuesto que cabe la
corrección, la crítica,... pero desde el diálogo, desde la comprensión de la
autoridad como servicio... Resulta chocante que una iglesia que se codea y
establece alianzas con los grandes bancos, empresarios,... critique a los
movimientos comprometidos con el mundo obrero. No parece un espíritu muy
evangélico.
Pobreza
evangélica o pobreza de espíritu, en coherencia con las Bienaventuranzas,
significa asumir la realidad y las propias debilidades, para fiarse de Dios y
ponerse de su parte; significa reconocerse como pecadores, conscientes de que sólo
Cristo es quien puede salvarnos. Hay una situación relacionada con esta pobreza
que causa mucho daño a la comunidad: el rico de espíritu (fariseísmo) que juzga
y condena a los demás.
Pobreza y
libertad:
La pobreza supone
una gran libertad: ser libres para ser pobres, ser pobres para ser libres. El
militante de hoy es aquella que desde su opción por la pobreza espiritual, y por la pobreza material,
rechaza los pilares sobre los que se está construyendo este mundo (los pilares
del poder, del tener y de la fama) y lucha para construirlo desde otros valores
(sobre bases sólidas como el amor, el servicio, el compartir, la humildad y la
sencillez). Es un profeta que denuncia la realidad, y que no quiere dar culto
al poder ni al dinero.
Ahora, desde estas últimas claves podemos comprender
un poco más a Jesús que, desde la compasión y la debilidad, desde la pobreza y
la libertad, hace que los otros recuperen su dignidad de persona (la adúltera
que iba a ser apedreada, el leproso,…). Esta perspectiva es la que los
movimientos de la Pastoral Obrera quieren asumir y que podemos expresar con
palabras de J. Cardijn, refiriéndose a los jóvenes del mundo obrero, cualquier
persona, cualquier joven, vale más que todo el oro del mundo, porque es hija de
Dios. Aquí se engarza nuestra mística: contacto con Dios y con la
persona.
Esa presencia en la “frontera” nos descubre
hoy la enorme multitud de personas que necesitan recuperar su dignidad, y que
nos lleva a un diagnostico de que el problema
social de fondo es moral: así, tras la satisfacción de las necesidades básicas
que la falta de trabajo y la precariedad están negando a millones de personas,
aparece una urgente tarea, la necesidad de un rearme moral del pueblo, paso
necesario y previo a las concreciones, las medidas, las leyes… Pero esta tarea
tampoco está bien vista, con frecuencia porque los aires dominantes dicen que
no hay que creer en la fuerza del pueblo, en la sociedad civil, sino que hay
que confiar en el poder como forma de solucionar los problemas.
Somos
conscientes de que cualquier proceso de renovación pasa por la concientización,
el rearme moral, la conciencia social crítica... Sólo desde ahí es posible
superar los conflictos y la violencia, regenerar nuestra vida social, pero eso
es visto como una amenaza para los sillones, poltronas, tronos…
La defensa de la
necesidad y la eficacia de esta labor, de la actualidad de la “pedagogía del
oprimido” de Paulo Freire, frente a la idolatría del poder, se convierte en una
nueva fuente de conflictos.
El dolor y el
sufrimiento.
No cabe duda de
que en toda esta reflexión afloran el dolor y sufrimiento. Por una parte,
debido a esas situaciones que venimos
señalando como conflictivas entre los movimientos y la autoridad de la iglesia,
y que podemos concretar en el dolor del Delegado y los miembros de la
Delegación de la Pastoral del Trabajo de Madrid cuya decisión de ofrecer a la
iglesia diocesana una reflexión desde el Evangelio y la Doctrina social ha sido
injustamente censurada; por otra, por esa situación del mundo obrero que ve
negada sus posibilidades de trabajo y de vida, y que se agrava con una reforma
que refuerza el poder del capital frente al trabajo, y con la connivencia de un
poder político que parece haber olvidado su función de servicio al bien común,
y busca su propio provecho en alianzas
con los poderes económicos.
Una vez más
tenemos que volver los ojos a Dios y su misterio, y hacerlo en la figura de su Hijo
para encontrar sentido a esa realidad del dolor. Jesucristo no busca el dolor, pero como
quería vivir con sus hermanos, y hacerles vivir, se encontró con el dolor.
Jesucristo no busca la cruz, se la cargaron y él la aceptó.
Las Bienaventuranzas nos ofrecen una visión
que choca con nuestra cultura. Dichosos los que sufren. ¿Qué significa esta
afirmación paradójica? Juan Mateos señala que “dichosos” quiere decir que los
que sufren una opresión que no pueden soportar, y que les hace gemir, van a ser
liberados por Dios. El dolor tiene un sentido profético: desenmascara la
mentira del sistema. En la situación actual podemos decir que el sufrimiento
del mundo obrero desenmascara las promesas de felicidad a través de la ciencia,
la tecnología, la riqueza y el consumo. El sufrimiento desenmascara la falsedad
de estas promesas, la mentira. El acercamiento al dolor nos transforma.
Antes se pensaba (y todavía hay quien lo
hace) que el sufrimiento, el pecado, la enfermedad, la pobreza, incluso la
muerte a destiempo, eran expresiones de un castigo de Dios por los pecados
cometidos, inclusive se podía castigar en los hijos los pecados de los padres.
El destierro en Babilonia también fue visto como un castigo de Dios, sin embargo
los profetas nos enseñan que Dios no abandona a su pueblo, sino que anuncian la
esperanza, recuerdan que Dios no lo abandona y sigue comprometido con su
proyecto de liberación. Y esto lo realiza con signos. Podemos recordar que casi
todos los signos de Jesucristo fueron sanadores del sufrimiento (las
curaciones), o como Jesús envía a sus discípulos a evangelizar y curar.
Para integrar
estas cuestiones en nuestra vida.
Ya hemos señalado que vivimos tiempos de
crisis, una crisis que presenta múltiples facetas (financiera, económica,
ecológica, de valores, religiosa...) pero más que su análisis y significados lo
que ahora nos interesa es destacar que esta crisis puede ser una crisis de
purificación. El modelo que mejor puede ayudarnos a comprender su significado
es el de el exilio en Babilonia, pues como señala el libro de Daniel el pueblo
se encontraba abandonado y desesperanzado: no tenemos templo, ni sacerdotes,....
Es la gran crisis. Sin embargo el profeta nos dirá: todo no ha fallado, nos
queda Dios. Hay uno que no nos ha fallado, el de corazón humilde y contrito, y
Dios no lo detesta.
No podemos olvidar que en aquella como en
nuestra situación, la gran tentación es la de volver al pasado, la de intentar recuperar el
prestigio y el poder, pero superada ésta, la sensación es que el Espíritu nos
ha llevado al desierto, y deambulamos sin saber dónde está la salida. Sólo
sabemos que Dios no nos abandona, y que la salvación está en un corazón humilde
y contrito.
Acercarnos a
esa confianza, aunque nos puede parecer complicado, es algo sencillo. Basta
recordar que la gran novedad de Jesús fue la imagen de Dios
como Padre, en claro contraste con la imagen que tenían otros sectores sociales
y eclesiales de su tiempo. Un Padre cercano, que acoge y perdona, que sana y no
condena… Jesús facilita nuestra relación con el Padre y, al mismo tiempo, cambia
nuestra relación con los demás: el amor del Padre nos hace hijos y hermanos, y
no pecadores o incumplidores de normas.
Desde esa confianza y cercanía con Dios Padre surge una consecuencia
clara: la Iglesia tiene que ser una gran familia; la familia de todos los hijos
de Dios y, en consecuencia, una gran fraternidad de hermanos. Todos somos
iguales, y la fuente de esa igualdad es la dignidad de ser personas, de ser
personas, y esa es anterior a los cargos: papa, cardenal, obispo, clero, laicos…
En todo caso, si hay alguna preferencia, es la del que pasa hambre, tiene
problemas....
Podemos decir también
que este Dios Padre nos está diciendo que la humanidad es una familia, y que la
tierra es el hogar para que esa familia pueda vivir y convivir.
La paternidad de Dios remite, inevitablemente
a la fraternidad (la carta a los Hebreros nos dice que Jesús no se avergüenza
de ser hermano nuestro, Heb 2,11) que sólo se puede vivir cuando uno se coloca
con los más pobres y desfavorecidos, y desde ahí empuja..
Esta es la raíz profunda del malestar que
causa la Pastoral Obrera. Situarse en ese lugar social y desde ahí releer la
Palabra de Dios. Se dice que en antigua, que sobra, que ya no hay obreros,…
Pero en el
fondo, creo que se quiere decir que ese no es el camino. Que hay una Iglesia
que enseña y manda, y otra que obedece y aprende.
Crisis y
llamada a la purificación.
La crisis
existe, queramos afrontarla o ignorarla, pero no es la única realidad, sino que
también dentro de esa realidad está Dios, con su gracia y su espíritu,
transformándola. Nuestro punto de vista para cambiar la realidad de la Iglesia
y del mundo ha de ser Jesucristo y su evangelio, por una parte, pero por otra,
e inseparablemente, la realidad de los hombres y mujeres. Es lo que nos enseña
la mirada de María en el Magnificat: por un lado aparecen los poderosos y los
ricos que oprimen, pero también está Dios actuando a favor de los oprimidos y
los pobres.
Y ahí hay algo
que vamos aprendiendo en esta difícil tarea: Dios no revela su voluntad y su
doctrina a través de escritos, sino encarnándose en personas concretas. Por eso,
seguimos defendiendo que nuestra forma de acción es la encarnación en las
situaciones y problemas del mundo obrero y, desde ahí dentro, actuar. Algo que
resulta incomprensible a una Iglesia más cerrada sobre sí misma, sobre sus
ritos y celebraciones.; y que se encuentra más cómoda en esa zona intermedia.
Hemos de
reconocer, además, que a pesar de esa disposición
religiosa a la conversión y al cambio a la voluntad de Dios, a pesar de esa
pedagogía de la encarnación en la debilidad, hoy nos resulta muy difícil el
compromiso por la liberación, siendo una de las pocas posibilidades es el
lenguaje de los gestos (signos), que ayude a desenmascarar la mentira del
sistema y la cultura en que vivimos, y cuya base idolátrica le lleva a ocupar
el lugar de Dios. Ese es el significado del comunicado de la Hoac y la Joc, un
signo de solidaridad con los sufrimientos actuales del mundo obrero y con sus
justas aspiraciones, y un intento de desmontar las mentiras de un sistema que
ha invertido el justo orden en la relación entre el trabajo y el capital,
subordinando a la persona a las cosas.
Pero esta tarea no es suficiente. Estamos
convencidos de que es necesaria una presencia de no de grupos pequeños, sino de
la Iglesia en cuanto comunidad, en tanto que pueblo de Dios en marcha. Y eso
hace que nos interroguemos acerca de qué perfil eclesiológico tenemos que encarnar
hoy para hacer creíble el anuncio del evangelio a los hombres y mujeres que hoy
se encuentran en búsqueda de sentido. Inmediatamente surge otra cuestión íntimamente vinculada: y qué
perfil de cristiano en necesario. Sin duda el perfil más creíble hoy sería el
de una iglesia fraterna (la familia de los hijos de Dios) y samaritana, en la
que la autoridad fuera entendida como servicio, y estuviera dispuesta a
escuchar y dejarse evangelizar.
La lejanía con ese modelo explica, en buena
parte, esas actuaciones conflcitivas como la que nos ocupa.
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