“Son tiempos donde todos están contra todos, donde nadie escucha nadie, tiempos egoístas y mezquinos donde siempre estamos solos” Fito Páez

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miércoles, 7 de marzo de 2012

A propósito de Rouco, la reforma laboral la Hoac, la Joc y la Pastoral Obrera (y 2)

Moral, mística y pobreza evangélica.
Estos rifirrafes nos recuerdan que estamos perdiendo uno de los rasgos básicos que posibilitan vida del cristiano: hemos perdido el contacto místico con Jesucristo y lo hemos sustituido por la moral y lo legal que más que liberar esclavizan. Dios quiere un pueblo convencido, no obligado. El miedo y las amenazas tampoco son buena pedagogía, ya que hacen perder la libertad.
Desde estas claves consideramos que la nota del arzobispado de Madrid, en su forma y contenidos, resulta desafortunada y criticable. Por supuesto que cabe la corrección, la crítica,... pero desde el diálogo, desde la comprensión de la autoridad como servicio... Resulta chocante que una iglesia que se codea y establece alianzas con los grandes bancos, empresarios,... critique a los movimientos comprometidos con el mundo obrero. No parece un espíritu muy evangélico.
Pobreza evangélica o pobreza de espíritu, en coherencia con las Bienaventuranzas, significa asumir la realidad y las propias debilidades, para fiarse de Dios y ponerse de su parte; significa reconocerse como pecadores, conscientes de que sólo Cristo es quien puede salvarnos. Hay una situación relacionada con esta pobreza que causa mucho daño a la comunidad: el rico de espíritu (fariseísmo) que juzga y condena a los demás.

Pobreza y libertad:
La pobreza supone una gran libertad: ser libres para ser pobres, ser pobres para ser libres. El militante de hoy es aquella que desde su opción por la pobreza  espiritual, y por la pobreza material, rechaza los pilares sobre los que se está construyendo este mundo (los pilares del poder, del tener y de la fama) y lucha para construirlo desde otros valores (sobre bases sólidas como el amor, el servicio, el compartir, la humildad y la sencillez). Es un profeta que denuncia la realidad, y que no quiere dar culto al poder ni al dinero.
Ahora, desde estas últimas claves podemos comprender un poco más a Jesús que, desde la compasión y la debilidad, desde la pobreza y la libertad, hace que los otros recuperen su dignidad de persona (la adúltera que iba a ser apedreada, el leproso,…). Esta perspectiva es la que los movimientos de la Pastoral Obrera quieren asumir y que podemos expresar con palabras de J. Cardijn, refiriéndose a los jóvenes del mundo obrero, cualquier persona, cualquier joven, vale más que todo el oro del mundo, porque es hija de Dios. Aquí se engarza nuestra mística: contacto con Dios y con la persona.
Esa presencia en la “frontera” nos descubre hoy la enorme multitud de personas que necesitan recuperar su dignidad, y que nos lleva a un diagnostico de que el problema social de fondo es moral: así, tras la satisfacción de las necesidades básicas que la falta de trabajo y la precariedad están negando a millones de personas, aparece una urgente tarea, la necesidad de un rearme moral del pueblo, paso necesario y previo a las concreciones, las medidas, las leyes… Pero esta tarea tampoco está bien vista, con frecuencia porque los aires dominantes dicen que no hay que creer en la fuerza del pueblo, en la sociedad civil, sino que hay que confiar en el poder como forma de solucionar los problemas.
Somos conscientes de que cualquier proceso de renovación pasa por la concientización, el rearme moral, la conciencia social crítica... Sólo desde ahí es posible superar los conflictos y la violencia, regenerar nuestra vida social, pero eso es visto como una amenaza para los sillones, poltronas, tronos…
La defensa de la necesidad y la eficacia de esta labor, de la actualidad de la “pedagogía del oprimido” de Paulo Freire, frente a la idolatría del poder, se convierte en una nueva fuente de conflictos. 

El dolor y el sufrimiento.
No cabe duda de que en toda esta reflexión afloran el dolor y sufrimiento. Por una parte, debido a esas  situaciones que venimos señalando como conflictivas entre los movimientos y la autoridad de la iglesia, y que podemos concretar en el dolor del Delegado y los miembros de la Delegación de la Pastoral del Trabajo de Madrid cuya decisión de ofrecer a la iglesia diocesana una reflexión desde el Evangelio y la Doctrina social ha sido injustamente censurada; por otra, por esa situación del mundo obrero que ve negada sus posibilidades de trabajo y de vida, y que se agrava con una reforma que refuerza el poder del capital frente al trabajo, y con la connivencia de un poder político que parece haber olvidado su función de servicio al bien común, y  busca su propio provecho en alianzas con los poderes económicos.      
Una vez más tenemos que volver los ojos a Dios y su misterio, y hacerlo en la figura de su Hijo para encontrar sentido a esa realidad del dolor. Jesucristo no busca el dolor, pero como quería vivir con sus hermanos, y hacerles vivir, se encontró con el dolor. Jesucristo no busca la cruz, se la cargaron y él la aceptó.
Las Bienaventuranzas nos ofrecen una visión que choca con nuestra cultura. Dichosos los que sufren. ¿Qué significa esta afirmación paradójica? Juan Mateos señala que “dichosos” quiere decir que los que sufren una opresión que no pueden soportar, y que les hace gemir, van a ser liberados por Dios. El dolor tiene un sentido profético: desenmascara la mentira del sistema. En la situación actual podemos decir que el sufrimiento del mundo obrero desenmascara las promesas de felicidad a través de la ciencia, la tecnología, la riqueza y el consumo. El sufrimiento desenmascara la falsedad de estas promesas, la mentira. El acercamiento al dolor nos transforma.
Antes se pensaba (y todavía hay quien lo hace) que el sufrimiento, el pecado, la enfermedad, la pobreza, incluso la muerte a destiempo, eran expresiones de un castigo de Dios por los pecados cometidos, inclusive se podía castigar en los hijos los pecados de los padres. El destierro en Babilonia también fue visto como un castigo de Dios, sin embargo los profetas nos enseñan que Dios no abandona a su pueblo, sino que anuncian la esperanza, recuerdan que Dios no lo abandona y sigue comprometido con su proyecto de liberación. Y esto lo realiza con signos. Podemos recordar que casi todos los signos de Jesucristo fueron sanadores del sufrimiento (las curaciones), o como Jesús envía a sus discípulos a evangelizar y curar.

Para integrar estas cuestiones en nuestra vida.
Ya hemos señalado que vivimos tiempos de crisis, una crisis que presenta múltiples facetas (financiera, económica, ecológica, de valores, religiosa...) pero más que su análisis y significados lo que ahora nos interesa es destacar que esta crisis puede ser una crisis de purificación. El modelo que mejor puede ayudarnos a comprender su significado es el de el exilio en Babilonia, pues como señala el libro de Daniel el pueblo se encontraba abandonado y desesperanzado: no tenemos templo, ni sacerdotes,.... Es la gran crisis. Sin embargo el profeta nos dirá: todo no ha fallado, nos queda Dios. Hay uno que no nos ha fallado, el de corazón humilde y contrito, y Dios no lo detesta.
No podemos olvidar que en aquella como en nuestra situación, la gran tentación es la de volver  al pasado, la de intentar recuperar el prestigio y el poder, pero superada ésta, la sensación es que el Espíritu nos ha llevado al desierto, y deambulamos sin saber dónde está la salida. Sólo sabemos que Dios no nos abandona, y que la salvación está en un corazón humilde y contrito.
Acercarnos a esa confianza, aunque nos puede parecer complicado, es algo sencillo. Basta recordar que la gran novedad de Jesús fue la imagen de Dios como Padre, en claro contraste con la imagen que tenían otros sectores sociales y eclesiales de su tiempo. Un Padre cercano, que acoge y perdona, que sana y no condena… Jesús facilita nuestra relación con el Padre y, al mismo tiempo, cambia nuestra relación con los demás: el amor del Padre nos hace hijos y hermanos, y no pecadores o incumplidores de normas.
Desde esa confianza y cercanía con Dios Padre surge una consecuencia clara: la Iglesia tiene que ser una gran familia; la familia de todos los hijos de Dios y, en consecuencia, una gran fraternidad de hermanos. Todos somos iguales, y la fuente de esa igualdad es la dignidad de ser personas, de ser personas, y esa es anterior a los cargos: papa, cardenal, obispo, clero, laicos… En todo caso, si hay alguna preferencia, es la del que pasa hambre, tiene problemas....
Podemos decir también que este Dios Padre nos está diciendo que la humanidad es una familia, y que la tierra es el hogar para que esa familia pueda vivir y convivir.
La paternidad de Dios remite, inevitablemente a la fraternidad (la carta a los Hebreros nos dice que Jesús no se avergüenza de ser hermano nuestro, Heb 2,11) que sólo se puede vivir cuando uno se coloca con los más pobres y desfavorecidos, y desde ahí empuja..
Esta es la raíz profunda del malestar que causa la Pastoral Obrera. Situarse en ese lugar social y desde ahí releer la Palabra de Dios. Se dice que en antigua, que sobra, que ya no hay obreros,…
Pero en el fondo, creo que se quiere decir que ese no es el camino. Que hay una Iglesia que enseña y manda, y otra que obedece y aprende.

Crisis y llamada a la purificación.
La crisis existe, queramos afrontarla o ignorarla, pero no es la única realidad, sino que también dentro de esa realidad está Dios, con su gracia y su espíritu, transformándola. Nuestro punto de vista para cambiar la realidad de la Iglesia y del mundo ha de ser Jesucristo y su evangelio, por una parte, pero por otra, e inseparablemente, la realidad de los hombres y mujeres. Es lo que nos enseña la mirada de María en el Magnificat: por un lado aparecen los poderosos y los ricos que oprimen, pero también está Dios actuando a favor de los oprimidos y los pobres.
Y ahí hay algo que vamos aprendiendo en esta difícil tarea: Dios no revela su voluntad y su doctrina a través de escritos, sino encarnándose en personas concretas. Por eso, seguimos defendiendo que nuestra forma de acción es la encarnación en las situaciones y problemas del mundo obrero y, desde ahí dentro, actuar. Algo que resulta incomprensible a una Iglesia más cerrada sobre sí misma, sobre sus ritos y celebraciones.; y que se encuentra más cómoda en esa zona intermedia.
Hemos de reconocer, además, que a pesar de esa disposición religiosa a la conversión y al cambio a la voluntad de Dios, a pesar de esa pedagogía de la encarnación en la debilidad, hoy nos resulta muy difícil el compromiso por la liberación, siendo una de las pocas posibilidades es el lenguaje de los gestos (signos), que ayude a desenmascarar la mentira del sistema y la cultura en que vivimos, y cuya base idolátrica le lleva a ocupar el lugar de Dios. Ese es el significado del comunicado de la Hoac y la Joc, un signo de solidaridad con los sufrimientos actuales del mundo obrero y con sus justas aspiraciones, y un intento de desmontar las mentiras de un sistema que ha invertido el justo orden en la relación entre el trabajo y el capital, subordinando a la persona a las cosas.  
Pero esta tarea no es suficiente. Estamos convencidos de que es necesaria una presencia de no de grupos pequeños, sino de la Iglesia en cuanto comunidad, en tanto que pueblo de Dios en marcha. Y eso hace que nos interroguemos acerca de qué perfil eclesiológico tenemos que encarnar hoy para hacer creíble el anuncio del evangelio a los hombres y mujeres que hoy se encuentran en búsqueda de sentido. Inmediatamente  surge otra cuestión íntimamente vinculada: y qué perfil de cristiano en necesario. Sin duda el perfil más creíble hoy sería el de una iglesia fraterna (la familia de los hijos de Dios) y samaritana, en la que la autoridad fuera entendida como servicio, y estuviera dispuesta a escuchar y dejarse evangelizar.
La lejanía con ese modelo explica, en buena parte, esas actuaciones conflcitivas como la que nos ocupa.

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