La desautorización del comunicado de la Hoac y la Joc que el Delegado Diocesano de Pastoral de Trabajo de Madrid había remitido a las parroquias, por orden del Cardenal Rouco, me ha movido, una vez superado el primer momento de indignación, a esta reflexión. El objeto no es tanto valorar un hecho que lo hace por sí mismo, sino explorar las posibles causas, más allá del inmediatismos (para no enfadar a sus amigos del PP, a Rouco no le importó pasar por encima de su delegado de pastoral del trabajo y desautorizarlo, dice un articulista[1]). He de reconocer, que una de las primeras imágenes bíblicas que me vino a la cabeza es la de “Dios endureció el corazón del faraón”; una imagen que en principio valoraba como explicativa de las medidas de recortes y la reforma laboral, pero que me pareció que era extensible a al situación de la Iglesia, no en este caso concreto, sino en acontecimientos que se vienen produciendo últimamente.
Ideas desordenadas, emanadas a borbotones, que constituyen un repaso sobre las posibles causas de conflictividad que despierta la Pastoral Obrera y los movimientos que en ella participan Una visión sin duda subjetiva, marcada por las propias experiencias, pero que considero necesario explicitar por si alguien considera necesario enriquecerlas, criticarlas,…
Ideas desordenadas, emanadas a borbotones, que constituyen un repaso sobre las posibles causas de conflictividad que despierta la Pastoral Obrera y los movimientos que en ella participan Una visión sin duda subjetiva, marcada por las propias experiencias, pero que considero necesario explicitar por si alguien considera necesario enriquecerlas, criticarlas,…
“Bienaventurados
los misericordiosos, porque alcanzaran misericordia”
No me ha extrañado
la nota expresando la disconformidad del cardenal Rouco con el comunicado
elaborado y difundido por la Hoac y la JOC (Movimientos Especializados de
Acción Católica) en el que manifiestan su oposición a la misma, y lo hacen
desde el Evangelio, en concreto desde una aplicación de los principios y
criterios de la Doctrina Social de la Iglesia.
Y no me extraña
porque, desde mi experiencia en la Hoac y ahora en Pastoral Obrera, hace tiempo
que vengo observando cómo, cada vez más, las relaciones con la Iglesia se basan
más en
la burocracia y lo legal que en unas relaciones fruto de la comunión eclesial
en la misión. Un comportamiento que trasluce
frialdad y cálculo, y se aleja de las necesidades más sentidas por las personas
que habitamos este mundo tan inhumano: los gestos de ternura, de misericordia y
de gracia.
Sé que mucha
gente hoy rechaza la “misericordia”, pero creo que se debe más al sentido que
se le da a esa palabra, como un sentimiento sensiblero y paternalista, que a su
verdadero significado que, como vemos en Jesús, va más lejos del sentimentalismo.
Se preocupa por las causas de esas situaciones que producen sufrimiento a sus
hermanos; se le conmueven las entrañas y eso le lleva a actuar. Jesús nos
enseña que la misericordia implica ver al otro como hermano, lo que nos remueve
las entrañas y nos mueve a la acción. La misericordia es una fuerza
transformadora de Dios.
Esta misericordia podemos verla también en María de Nazaret, en las bodas de Caná, donde
muestra su actitud de servicio hacia los demás; con una clara preocupación por
las necesidades de los invitados al banquete: ¡están si vino! Hoy, en nuestro
contexto del mundo obrero, el comunicado de la Hoac y la Joc significa mirar la
realidad con los ojos de Jesús y de María, y exclamar: ¡están sin trabajo!
Preocupación que se traslada a Jesús, y al conjunto de la Iglesia.
Tal vez sean los dogmas y
legalismos los que impiden ver al cardenal que ese comunicado, como cada uno de los que han ido elaborando
los movimientos apostólicos obreros, más allá de lo afortunado o desafortunado
de sus expresiones, nace y responde a esas entrañas de misericordia, de
ese acercamiento al mundo
obrero que sufre, desde
el corazón, para luego, juntamente con él, intentar salir de esa situación. No en
vano la parábola del hijo pródigo nos muestra como la legalidad (el hijo mayor
se comporta conforme a lo legal) puede incapacitar para amar.
Otra parábola,
la del buen samaritano, sintetiza el modelo de misericordia que queremos vivir.
El sacerdote y el levita encuentran al hombre malherido, sienten lástima por
él, pero no actúan para paliar su dolor. El samaritano también siente cómo sus entrañas
se conmueven, pero, además, “se acercó,
le vendó las heridas (...) lo montó en su cabalgadura, lo llevó al mesón y
cuidó de él” (Lc 10,34). Pero no podemos ignorar que este
comportamiento es peligroso, en la sociedad y en la iglesia; el propio Jesús misericordioso
será el que escandaliza a los poderes de su tiempo: ¡de Nazaret puede salir
algo bueno!, es comilón, anda con malas compañías…
De la
misericordia a las tensiones con la autoridad.
Sin duda, las reflexiones traslucen un conflicto latente en torno a la
autoridad. Podríamos decir que, dentro de esa crisis de valores que se vive en la
sociedad y en la iglesia, asistimos a una crisis de autoridad, una crisis que en un mundo tan
individualista como
el nuestro tiene que ver con que cada uno sólo cree en su propia autoridad.
Pero no es este el motivo principal de controversia sobre la autoridad eclesial.
Es más, ese individualismo y relativismo sirven para convencernos más de la
necesidad de un
cambio de paradigma: la autoridad debe servir para ayudarnos a crecer y caminar
juntos, contando
con la aportación de todos. Planteamiento que, por otra parte, pone de manifiesto la
reflexión acerca del carácter
del poder en nuestra sociedad y nuestra iglesia, y lleva a afirmar que
si ese poder es
necesario, lo es
para ponerlo al servicio de los que no tienen poder, de los que no tienen posibilidades.
Insistiendo un
poco más en esta idea de la autoridad en la iglesia, hay que constatar otro factor
de deterioro, achacable al hecho de una frecuente identificación entre la fe y sus concreciones organizativas y la
doctrina. Esto facilita que, en su dinámica interna, se introduzca el “espíritu
del mundo”, haciendo que se consideren normales afirmaciones como que desde el
poder y la riqueza se puede evangelizar mejor; que si se tienen más recursos se
podrá atender mejor a los pobres…
Esta identificación de la fe con sus mediaciones resulta peligrosa, y
hace que cuando alguien critica alguna norma (litúrgica, moral…) se le acuse de
ir contra la fe y lleva a identificar la crítica de las normas legales con la
crítica al Evangelio; la crítica a la jerarquía con la crítica de Jesucristo… Desviaciones
que históricamente han demostrado su gravedad, y que llevaron al Concilio
Vaticano II a plantearse la necesidad de volver a las fuentes, al Evangelio, y
que ahora reaparecen en nuestra iglesia. Algo de esto aflora tras la censura
del comunicado de la Hoac y la Joc sobre la reforma laboral.
La pedagogía de la debilidad frente a fuerza del poder.
La vuelta al
Evangelio recomendada por el Concilio conlleva, ineludiblemente, una
reconsideración de la autoridad desde una lógica distinta y opuesta a la del
poder: la de la debilidad. Dios, cuando actúa, invierte los papeles, la lógica
del sistema: “Su poder se ejerce con su
brazo, desbarata a los soberbios en sus planes, derriba del trono a los
potentados y ensalza a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y
despide vacíos a los ricos” (Lc. 1, 51-53). El pueblo de Dios y nuestra
historia de salvación siempre comienza con personas estériles elegidas por Dios:
Sara, Ana, Isabel, etc. Un Dios que hace
brotar su pueblo entre las víctimas (Éxodo) para llevar a cabo su plan de
salvación a través de la pedagogía de la debilidad.
En Jesús de
Nazaret también vemos el rechazó al camino del poder, del dominio, de la fuerza
y como utilizó el del servicio, amor, debilidad (Mt.4, 1-10; 20,25-28). Pablo,
partiendo de su experiencia, formula dicha ley y pedagogía: “Pues bien, para que no me envanezca, me han
clavado en las carnes un aguijón, un emisario de Satanás que me abofetea. A
causa de ello rogué tres veces al Señor que lo apartara de mí. Y me contestó:
¡te basta mi gracia!; la fuerza se realiza en la debilidad. Así que muy a gusto
presumiré de mis debilidades, para que se aloje en mí el poder del Mesías. Por
eso estoy contento con las debilidades, insolencias, necesidades, persecuciones
y angustias por el Mesías. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (IICorint.12,
7-10).
Con toda la
humildad posible, reconociendo el propio pecado, no podemos dejar de recordar
este significado del poder, por más que no resulte agradable, ni sea “políticamente
correcto”.
El discípulo
amado: la autoridad y el pueblo.
Otra dimensión
interesante para resituar el sentido de la autoridad la encontramos en el
Evangelio de Juan, cuando miramos a Pedro que representa la autoridad, y al
discípulo amado que representa al pueblo de Dios, y descubrimos que cuando están juntos, Pedro acierta, pero cuando no hace caso al
discípulo amado, Pedro se equivoca. El poder, cuando se separa y no tiene en
cuenta al pueblo, se equivoca. La jerarquía (y la teología) necesitan dejarse
liberar por la gente sencilla, que no sabe de teologías pero tiene “olfato”,
otra forma de sabiduría y, hace realidad lo que nos dice Isaías, que son los
pobres de Yahvé quienes marcan el camino, nos traen luz y verdad.
Vemos pues la
forma en que la autoridad puede quedar liberada de la tentación del poder (equiparada
con el demonio en el Evangelio): cuando se relaciona con la gente, con el
pueblo, no para enseñar, sino primeramente para escuchar. Luego vendrá la reflexión,
el discernimiento, las propuestas...
Pero el problema
de fondo no es la autoridad y su ejercicio, sino que tras esa cuestión late un
problema de fondo, que va a la raíz: ¿en qué Evangelio, en qué Cristo y en qué
Dios creemos? Y no es ésta una cuestión teórica, sino que tiene importantes repercusiones
prácticas: si yo creo que el Espíritu Santo está presente en todos, ¿porqué no
escucho a todos para saber qué quiere Dios?, ¿porqué no escucho a Dios dónde él
se quiere comunicar?... Se trata de problemas de fe y no sólo de formas y
estructuras organizativas (democracia, participación…)
Andar por estos
andurriales evangélicos agranda la brecha; la prudencia evangélica se impones,
perno no basta, el conflicto está latente y estalla cuando menos se espera.
Iglesia
instalada y comprensión del conflicto.
Llegados a este
punto tal vez sea conveniente recordar que la vocación de la Iglesia es ser
nómada (Abrahán), y que cuando la Iglesia se instala o busca seguridad... se
desvirtúa abonándose el terreno a las tentaciones: teniendo poder y dinero
evangelizaremos mejor; no importa las alianzas que tengamos que hacer...
Y una iglesia
“instalada” también está tentada por otro gran pecado, hoy especialmente grave,
como es el de omisión. Un pecado que hace, para los que estamos instalados y
participamos del bienestar, muy fácil y cómodo ser cristianos; sobre todo
porque la propiedad se ha convertido en un derecho absoluto que prácticamente
nadie discute y, por tanto, alejamos y criminalizamos cualquier amenaza a nuestro
propio bienestar. Se trata, sin embargo de una comodidad construida sobre un
olvido fundamental: que nuestro mundo se sustenta sobre el poder, el tener y el
éxito, y que mantenerse en ellos genera violencia, y da lugar a los
maltratados, los explotados, los oprimidos..., por más que no nos resulte
agradable verlos.
A través de Abrahán Dios nos recuerda la
necesidad de salir de nuestra comodidad. Es lo contrario
a la instalación, representa la vida en un continuo caminar. Lo único que tiene
es que se fía de la palabra de Dios, y nos muestra nuestro gran problema: no
nos fiamos de la Palabra de Dios. Nos fiamos más del derecho canónico, de la
moral, de las normas... Necesitamos volver a la Palabra de Dios. De ese Dios que
elige siempre lo pequeño, lo débil y que hace una promesa: serás padre de un
gran pueblo y heredarás la tierra; un Dios que no nos pide ser buenos, sino que
creamos, pues muchas veces el querer ser buenos nos lleva a ser egoístas.
Aquí encontramos
otra razón de tensiones de los movimientos de la iglesia en el mundo obrero con
buena parte de la jerarquía. La comprensión y denuncia de la persistencia del
conflicto, y las propuestas de un orden alternativo basado en el amor, la verdad,
la justicia y la libertad, que generan muchas resistencias a cualquier cambio,
a cualquier cuestionamiento del orden existente. Nuestra experiencia nos dice
que es necesario ser lúcidos y valientes para no quedarnos callados y denunciar
esta inversión; también para aceptar sus consecuencias.
La forma de
situarnos en el conflicto.
El conflicto
remite al pecado, también al pecador y a la relación con él, temas escabrosos,
que no siempre quedan resueltos de forma
satisfactoria. Hay que amar al pecador, pero el pecado hay que erradicarlo. La
liberación de la opresión implica la destrucción del opresor, en cuanto opresor;
y esto es una tarea difícil y delicada, particularmente cuando nos movemos en
el mundo obrero, en la cima del conflicto capital – trabajo, pero que no puede
ser abandonada por amor a los oprimidos.
Por amor hay que
acoger al pecador, perdonarle, pero dicho amor implica también estar dispuesto
a imposibilitarle sus frutos deshumanizantes para los otros y para sí mismo. El
amor a los enemigos no significa que no se tengan, ni significa que se niegue
que son enemigos, ni quiere decir que se eviten conflictos, ni que no debamos
entrar en confrontación con ellos, ya que pudiera ser que tales hechos sean el
único camino eficaz para combatir las situaciones, para derribar a los ídolos
de la muerte de sus tronos. Los que mantienen una situación generadora de
sufrimiento injusto, son enemigos de todos. Por eso, la única forma de amar a
todos, incluidos a los enemigos, es comprometerse en la lucha para derribar el
sistema que crea enemigos. Éste parece que fue el talante de Jesús: ama a los
oprimidos estando con ellos, y ama a los opresores estando contra ellos. De esta
forma Jesús es para todos.
Por otra parte,
somos conscientes de que hacen falta grandes proyectos a largo plazo (utopía
del reino) para superar la pasividad que genera la instalación, y que nos
permitan dar pasos a un nuevo tipo de persona, de sociedad, de iglesia... Y sabemos
que en esta tarea es muy difícil no “mancharse”, más cuando nos encontramos en
un mundo dividido y roto, en el que aparecen por una parte los pobres, por otra
los ricos y, en medio una enorme “tierra de nadie”, de personas e instituciones
insensibles a las injusticias, encerradas en una neutralidad que no es sino una
forma de defender nuestro bienestar, contra los pobres, y a favor de los ricos.
No es el camino
de la Pastoral Obrera situarse en esa zona de comodidad, evitando
enfrentamientos y tensiones, para no molestar a los poderosos, pues esa actitud
en el fondo significa abandonar y condenar a los pobres a su exclusión. Hoy
sigue siendo real esa afirmación de Helder Cámara: "Si doy comida a los
pobres, me llaman santo. Si pregunto por qué los pobres no tienen comida, me
llaman comunista". Por eso, el estilo pastoral propio de los movimientos
encarnados en el mundo obrero no siempre es bien acogido ni entendido; por eso
muchas veces somos condenados como “rojos”, como poco espiritualistas y
excesivamente políticos, sin tener en cuenta que la peor política es la
aceptación pasiva y sumisión al orden establecido.
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