Los hebreos esclavizados están de rodillas a orillas del Eufrates, en Babilonia, como dice el salmo; su oración fervorosa, su anhelo de libertad, la añoranza de la patria lejana se
condensan en la inolvidable escena coral de «Va pensiero sull'ali dórate». Coro del Metropolitan House de New York
“Son tiempos donde todos están contra todos, donde nadie escucha nadie, tiempos egoístas y mezquinos donde siempre estamos solos” Fito Páez
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domingo, 18 de marzo de 2012
miércoles, 7 de marzo de 2012
A propósito de Rouco, la reforma laboral la Hoac, la Joc y la Pastoral Obrera (y 2)
Moral, mística
y pobreza evangélica.
Estos rifirrafes
nos recuerdan que estamos perdiendo uno de los rasgos básicos que posibilitan
vida del cristiano: hemos perdido el contacto místico con Jesucristo y lo hemos
sustituido por la moral y lo legal que más que liberar esclavizan. Dios quiere
un pueblo convencido, no obligado. El miedo y las amenazas tampoco son buena
pedagogía, ya que hacen perder la libertad.
Desde estas
claves consideramos que la nota del arzobispado de Madrid, en su forma y
contenidos, resulta desafortunada y criticable. Por supuesto que cabe la
corrección, la crítica,... pero desde el diálogo, desde la comprensión de la
autoridad como servicio... Resulta chocante que una iglesia que se codea y
establece alianzas con los grandes bancos, empresarios,... critique a los
movimientos comprometidos con el mundo obrero. No parece un espíritu muy
evangélico.
Pobreza
evangélica o pobreza de espíritu, en coherencia con las Bienaventuranzas,
significa asumir la realidad y las propias debilidades, para fiarse de Dios y
ponerse de su parte; significa reconocerse como pecadores, conscientes de que sólo
Cristo es quien puede salvarnos. Hay una situación relacionada con esta pobreza
que causa mucho daño a la comunidad: el rico de espíritu (fariseísmo) que juzga
y condena a los demás.
Pobreza y
libertad:
La pobreza supone
una gran libertad: ser libres para ser pobres, ser pobres para ser libres. El
militante de hoy es aquella que desde su opción por la pobreza espiritual, y por la pobreza material,
rechaza los pilares sobre los que se está construyendo este mundo (los pilares
del poder, del tener y de la fama) y lucha para construirlo desde otros valores
(sobre bases sólidas como el amor, el servicio, el compartir, la humildad y la
sencillez). Es un profeta que denuncia la realidad, y que no quiere dar culto
al poder ni al dinero.
Ahora, desde estas últimas claves podemos comprender
un poco más a Jesús que, desde la compasión y la debilidad, desde la pobreza y
la libertad, hace que los otros recuperen su dignidad de persona (la adúltera
que iba a ser apedreada, el leproso,…). Esta perspectiva es la que los
movimientos de la Pastoral Obrera quieren asumir y que podemos expresar con
palabras de J. Cardijn, refiriéndose a los jóvenes del mundo obrero, cualquier
persona, cualquier joven, vale más que todo el oro del mundo, porque es hija de
Dios. Aquí se engarza nuestra mística: contacto con Dios y con la
persona.
Esa presencia en la “frontera” nos descubre
hoy la enorme multitud de personas que necesitan recuperar su dignidad, y que
nos lleva a un diagnostico de que el problema
social de fondo es moral: así, tras la satisfacción de las necesidades básicas
que la falta de trabajo y la precariedad están negando a millones de personas,
aparece una urgente tarea, la necesidad de un rearme moral del pueblo, paso
necesario y previo a las concreciones, las medidas, las leyes… Pero esta tarea
tampoco está bien vista, con frecuencia porque los aires dominantes dicen que
no hay que creer en la fuerza del pueblo, en la sociedad civil, sino que hay
que confiar en el poder como forma de solucionar los problemas.
Somos
conscientes de que cualquier proceso de renovación pasa por la concientización,
el rearme moral, la conciencia social crítica... Sólo desde ahí es posible
superar los conflictos y la violencia, regenerar nuestra vida social, pero eso
es visto como una amenaza para los sillones, poltronas, tronos…
La defensa de la
necesidad y la eficacia de esta labor, de la actualidad de la “pedagogía del
oprimido” de Paulo Freire, frente a la idolatría del poder, se convierte en una
nueva fuente de conflictos.
El dolor y el
sufrimiento.
No cabe duda de
que en toda esta reflexión afloran el dolor y sufrimiento. Por una parte,
debido a esas situaciones que venimos
señalando como conflictivas entre los movimientos y la autoridad de la iglesia,
y que podemos concretar en el dolor del Delegado y los miembros de la
Delegación de la Pastoral del Trabajo de Madrid cuya decisión de ofrecer a la
iglesia diocesana una reflexión desde el Evangelio y la Doctrina social ha sido
injustamente censurada; por otra, por esa situación del mundo obrero que ve
negada sus posibilidades de trabajo y de vida, y que se agrava con una reforma
que refuerza el poder del capital frente al trabajo, y con la connivencia de un
poder político que parece haber olvidado su función de servicio al bien común,
y busca su propio provecho en alianzas
con los poderes económicos.
Una vez más
tenemos que volver los ojos a Dios y su misterio, y hacerlo en la figura de su Hijo
para encontrar sentido a esa realidad del dolor. Jesucristo no busca el dolor, pero como
quería vivir con sus hermanos, y hacerles vivir, se encontró con el dolor.
Jesucristo no busca la cruz, se la cargaron y él la aceptó.
Las Bienaventuranzas nos ofrecen una visión
que choca con nuestra cultura. Dichosos los que sufren. ¿Qué significa esta
afirmación paradójica? Juan Mateos señala que “dichosos” quiere decir que los
que sufren una opresión que no pueden soportar, y que les hace gemir, van a ser
liberados por Dios. El dolor tiene un sentido profético: desenmascara la
mentira del sistema. En la situación actual podemos decir que el sufrimiento
del mundo obrero desenmascara las promesas de felicidad a través de la ciencia,
la tecnología, la riqueza y el consumo. El sufrimiento desenmascara la falsedad
de estas promesas, la mentira. El acercamiento al dolor nos transforma.
Antes se pensaba (y todavía hay quien lo
hace) que el sufrimiento, el pecado, la enfermedad, la pobreza, incluso la
muerte a destiempo, eran expresiones de un castigo de Dios por los pecados
cometidos, inclusive se podía castigar en los hijos los pecados de los padres.
El destierro en Babilonia también fue visto como un castigo de Dios, sin embargo
los profetas nos enseñan que Dios no abandona a su pueblo, sino que anuncian la
esperanza, recuerdan que Dios no lo abandona y sigue comprometido con su
proyecto de liberación. Y esto lo realiza con signos. Podemos recordar que casi
todos los signos de Jesucristo fueron sanadores del sufrimiento (las
curaciones), o como Jesús envía a sus discípulos a evangelizar y curar.
Para integrar
estas cuestiones en nuestra vida.
Ya hemos señalado que vivimos tiempos de
crisis, una crisis que presenta múltiples facetas (financiera, económica,
ecológica, de valores, religiosa...) pero más que su análisis y significados lo
que ahora nos interesa es destacar que esta crisis puede ser una crisis de
purificación. El modelo que mejor puede ayudarnos a comprender su significado
es el de el exilio en Babilonia, pues como señala el libro de Daniel el pueblo
se encontraba abandonado y desesperanzado: no tenemos templo, ni sacerdotes,....
Es la gran crisis. Sin embargo el profeta nos dirá: todo no ha fallado, nos
queda Dios. Hay uno que no nos ha fallado, el de corazón humilde y contrito, y
Dios no lo detesta.
No podemos olvidar que en aquella como en
nuestra situación, la gran tentación es la de volver al pasado, la de intentar recuperar el
prestigio y el poder, pero superada ésta, la sensación es que el Espíritu nos
ha llevado al desierto, y deambulamos sin saber dónde está la salida. Sólo
sabemos que Dios no nos abandona, y que la salvación está en un corazón humilde
y contrito.
Acercarnos a
esa confianza, aunque nos puede parecer complicado, es algo sencillo. Basta
recordar que la gran novedad de Jesús fue la imagen de Dios
como Padre, en claro contraste con la imagen que tenían otros sectores sociales
y eclesiales de su tiempo. Un Padre cercano, que acoge y perdona, que sana y no
condena… Jesús facilita nuestra relación con el Padre y, al mismo tiempo, cambia
nuestra relación con los demás: el amor del Padre nos hace hijos y hermanos, y
no pecadores o incumplidores de normas.
Desde esa confianza y cercanía con Dios Padre surge una consecuencia
clara: la Iglesia tiene que ser una gran familia; la familia de todos los hijos
de Dios y, en consecuencia, una gran fraternidad de hermanos. Todos somos
iguales, y la fuente de esa igualdad es la dignidad de ser personas, de ser
personas, y esa es anterior a los cargos: papa, cardenal, obispo, clero, laicos…
En todo caso, si hay alguna preferencia, es la del que pasa hambre, tiene
problemas....
Podemos decir también
que este Dios Padre nos está diciendo que la humanidad es una familia, y que la
tierra es el hogar para que esa familia pueda vivir y convivir.
La paternidad de Dios remite, inevitablemente
a la fraternidad (la carta a los Hebreros nos dice que Jesús no se avergüenza
de ser hermano nuestro, Heb 2,11) que sólo se puede vivir cuando uno se coloca
con los más pobres y desfavorecidos, y desde ahí empuja..
Esta es la raíz profunda del malestar que
causa la Pastoral Obrera. Situarse en ese lugar social y desde ahí releer la
Palabra de Dios. Se dice que en antigua, que sobra, que ya no hay obreros,…
Pero en el
fondo, creo que se quiere decir que ese no es el camino. Que hay una Iglesia
que enseña y manda, y otra que obedece y aprende.
Crisis y
llamada a la purificación.
La crisis
existe, queramos afrontarla o ignorarla, pero no es la única realidad, sino que
también dentro de esa realidad está Dios, con su gracia y su espíritu,
transformándola. Nuestro punto de vista para cambiar la realidad de la Iglesia
y del mundo ha de ser Jesucristo y su evangelio, por una parte, pero por otra,
e inseparablemente, la realidad de los hombres y mujeres. Es lo que nos enseña
la mirada de María en el Magnificat: por un lado aparecen los poderosos y los
ricos que oprimen, pero también está Dios actuando a favor de los oprimidos y
los pobres.
Y ahí hay algo
que vamos aprendiendo en esta difícil tarea: Dios no revela su voluntad y su
doctrina a través de escritos, sino encarnándose en personas concretas. Por eso,
seguimos defendiendo que nuestra forma de acción es la encarnación en las
situaciones y problemas del mundo obrero y, desde ahí dentro, actuar. Algo que
resulta incomprensible a una Iglesia más cerrada sobre sí misma, sobre sus
ritos y celebraciones.; y que se encuentra más cómoda en esa zona intermedia.
Hemos de
reconocer, además, que a pesar de esa disposición
religiosa a la conversión y al cambio a la voluntad de Dios, a pesar de esa
pedagogía de la encarnación en la debilidad, hoy nos resulta muy difícil el
compromiso por la liberación, siendo una de las pocas posibilidades es el
lenguaje de los gestos (signos), que ayude a desenmascarar la mentira del
sistema y la cultura en que vivimos, y cuya base idolátrica le lleva a ocupar
el lugar de Dios. Ese es el significado del comunicado de la Hoac y la Joc, un
signo de solidaridad con los sufrimientos actuales del mundo obrero y con sus
justas aspiraciones, y un intento de desmontar las mentiras de un sistema que
ha invertido el justo orden en la relación entre el trabajo y el capital,
subordinando a la persona a las cosas.
Pero esta tarea no es suficiente. Estamos
convencidos de que es necesaria una presencia de no de grupos pequeños, sino de
la Iglesia en cuanto comunidad, en tanto que pueblo de Dios en marcha. Y eso
hace que nos interroguemos acerca de qué perfil eclesiológico tenemos que encarnar
hoy para hacer creíble el anuncio del evangelio a los hombres y mujeres que hoy
se encuentran en búsqueda de sentido. Inmediatamente surge otra cuestión íntimamente vinculada: y qué
perfil de cristiano en necesario. Sin duda el perfil más creíble hoy sería el
de una iglesia fraterna (la familia de los hijos de Dios) y samaritana, en la
que la autoridad fuera entendida como servicio, y estuviera dispuesta a
escuchar y dejarse evangelizar.
La lejanía con ese modelo explica, en buena
parte, esas actuaciones conflcitivas como la que nos ocupa.
A propósito de Rouco, la reforma laboral la Hoac, la Joc y la Pastoral Obrera (1)
La desautorización del comunicado de la Hoac y la Joc que el Delegado Diocesano de Pastoral de Trabajo de Madrid había remitido a las parroquias, por orden del Cardenal Rouco, me ha movido, una vez superado el primer momento de indignación, a esta reflexión. El objeto no es tanto valorar un hecho que lo hace por sí mismo, sino explorar las posibles causas, más allá del inmediatismos (para no enfadar a sus amigos del PP, a Rouco no le importó pasar por encima de su delegado de pastoral del trabajo y desautorizarlo, dice un articulista[1]). He de reconocer, que una de las primeras imágenes bíblicas que me vino a la cabeza es la de “Dios endureció el corazón del faraón”; una imagen que en principio valoraba como explicativa de las medidas de recortes y la reforma laboral, pero que me pareció que era extensible a al situación de la Iglesia, no en este caso concreto, sino en acontecimientos que se vienen produciendo últimamente.
Ideas desordenadas, emanadas a borbotones, que constituyen un repaso sobre las posibles causas de conflictividad que despierta la Pastoral Obrera y los movimientos que en ella participan Una visión sin duda subjetiva, marcada por las propias experiencias, pero que considero necesario explicitar por si alguien considera necesario enriquecerlas, criticarlas,…
Ideas desordenadas, emanadas a borbotones, que constituyen un repaso sobre las posibles causas de conflictividad que despierta la Pastoral Obrera y los movimientos que en ella participan Una visión sin duda subjetiva, marcada por las propias experiencias, pero que considero necesario explicitar por si alguien considera necesario enriquecerlas, criticarlas,…
“Bienaventurados
los misericordiosos, porque alcanzaran misericordia”
No me ha extrañado
la nota expresando la disconformidad del cardenal Rouco con el comunicado
elaborado y difundido por la Hoac y la JOC (Movimientos Especializados de
Acción Católica) en el que manifiestan su oposición a la misma, y lo hacen
desde el Evangelio, en concreto desde una aplicación de los principios y
criterios de la Doctrina Social de la Iglesia.
Y no me extraña
porque, desde mi experiencia en la Hoac y ahora en Pastoral Obrera, hace tiempo
que vengo observando cómo, cada vez más, las relaciones con la Iglesia se basan
más en
la burocracia y lo legal que en unas relaciones fruto de la comunión eclesial
en la misión. Un comportamiento que trasluce
frialdad y cálculo, y se aleja de las necesidades más sentidas por las personas
que habitamos este mundo tan inhumano: los gestos de ternura, de misericordia y
de gracia.
Sé que mucha
gente hoy rechaza la “misericordia”, pero creo que se debe más al sentido que
se le da a esa palabra, como un sentimiento sensiblero y paternalista, que a su
verdadero significado que, como vemos en Jesús, va más lejos del sentimentalismo.
Se preocupa por las causas de esas situaciones que producen sufrimiento a sus
hermanos; se le conmueven las entrañas y eso le lleva a actuar. Jesús nos
enseña que la misericordia implica ver al otro como hermano, lo que nos remueve
las entrañas y nos mueve a la acción. La misericordia es una fuerza
transformadora de Dios.
Esta misericordia podemos verla también en María de Nazaret, en las bodas de Caná, donde
muestra su actitud de servicio hacia los demás; con una clara preocupación por
las necesidades de los invitados al banquete: ¡están si vino! Hoy, en nuestro
contexto del mundo obrero, el comunicado de la Hoac y la Joc significa mirar la
realidad con los ojos de Jesús y de María, y exclamar: ¡están sin trabajo!
Preocupación que se traslada a Jesús, y al conjunto de la Iglesia.
Tal vez sean los dogmas y
legalismos los que impiden ver al cardenal que ese comunicado, como cada uno de los que han ido elaborando
los movimientos apostólicos obreros, más allá de lo afortunado o desafortunado
de sus expresiones, nace y responde a esas entrañas de misericordia, de
ese acercamiento al mundo
obrero que sufre, desde
el corazón, para luego, juntamente con él, intentar salir de esa situación. No en
vano la parábola del hijo pródigo nos muestra como la legalidad (el hijo mayor
se comporta conforme a lo legal) puede incapacitar para amar.
Otra parábola,
la del buen samaritano, sintetiza el modelo de misericordia que queremos vivir.
El sacerdote y el levita encuentran al hombre malherido, sienten lástima por
él, pero no actúan para paliar su dolor. El samaritano también siente cómo sus entrañas
se conmueven, pero, además, “se acercó,
le vendó las heridas (...) lo montó en su cabalgadura, lo llevó al mesón y
cuidó de él” (Lc 10,34). Pero no podemos ignorar que este
comportamiento es peligroso, en la sociedad y en la iglesia; el propio Jesús misericordioso
será el que escandaliza a los poderes de su tiempo: ¡de Nazaret puede salir
algo bueno!, es comilón, anda con malas compañías…
De la
misericordia a las tensiones con la autoridad.
Sin duda, las reflexiones traslucen un conflicto latente en torno a la
autoridad. Podríamos decir que, dentro de esa crisis de valores que se vive en la
sociedad y en la iglesia, asistimos a una crisis de autoridad, una crisis que en un mundo tan
individualista como
el nuestro tiene que ver con que cada uno sólo cree en su propia autoridad.
Pero no es este el motivo principal de controversia sobre la autoridad eclesial.
Es más, ese individualismo y relativismo sirven para convencernos más de la
necesidad de un
cambio de paradigma: la autoridad debe servir para ayudarnos a crecer y caminar
juntos, contando
con la aportación de todos. Planteamiento que, por otra parte, pone de manifiesto la
reflexión acerca del carácter
del poder en nuestra sociedad y nuestra iglesia, y lleva a afirmar que
si ese poder es
necesario, lo es
para ponerlo al servicio de los que no tienen poder, de los que no tienen posibilidades.
Insistiendo un
poco más en esta idea de la autoridad en la iglesia, hay que constatar otro factor
de deterioro, achacable al hecho de una frecuente identificación entre la fe y sus concreciones organizativas y la
doctrina. Esto facilita que, en su dinámica interna, se introduzca el “espíritu
del mundo”, haciendo que se consideren normales afirmaciones como que desde el
poder y la riqueza se puede evangelizar mejor; que si se tienen más recursos se
podrá atender mejor a los pobres…
Esta identificación de la fe con sus mediaciones resulta peligrosa, y
hace que cuando alguien critica alguna norma (litúrgica, moral…) se le acuse de
ir contra la fe y lleva a identificar la crítica de las normas legales con la
crítica al Evangelio; la crítica a la jerarquía con la crítica de Jesucristo… Desviaciones
que históricamente han demostrado su gravedad, y que llevaron al Concilio
Vaticano II a plantearse la necesidad de volver a las fuentes, al Evangelio, y
que ahora reaparecen en nuestra iglesia. Algo de esto aflora tras la censura
del comunicado de la Hoac y la Joc sobre la reforma laboral.
La pedagogía de la debilidad frente a fuerza del poder.
La vuelta al
Evangelio recomendada por el Concilio conlleva, ineludiblemente, una
reconsideración de la autoridad desde una lógica distinta y opuesta a la del
poder: la de la debilidad. Dios, cuando actúa, invierte los papeles, la lógica
del sistema: “Su poder se ejerce con su
brazo, desbarata a los soberbios en sus planes, derriba del trono a los
potentados y ensalza a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y
despide vacíos a los ricos” (Lc. 1, 51-53). El pueblo de Dios y nuestra
historia de salvación siempre comienza con personas estériles elegidas por Dios:
Sara, Ana, Isabel, etc. Un Dios que hace
brotar su pueblo entre las víctimas (Éxodo) para llevar a cabo su plan de
salvación a través de la pedagogía de la debilidad.
En Jesús de
Nazaret también vemos el rechazó al camino del poder, del dominio, de la fuerza
y como utilizó el del servicio, amor, debilidad (Mt.4, 1-10; 20,25-28). Pablo,
partiendo de su experiencia, formula dicha ley y pedagogía: “Pues bien, para que no me envanezca, me han
clavado en las carnes un aguijón, un emisario de Satanás que me abofetea. A
causa de ello rogué tres veces al Señor que lo apartara de mí. Y me contestó:
¡te basta mi gracia!; la fuerza se realiza en la debilidad. Así que muy a gusto
presumiré de mis debilidades, para que se aloje en mí el poder del Mesías. Por
eso estoy contento con las debilidades, insolencias, necesidades, persecuciones
y angustias por el Mesías. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (IICorint.12,
7-10).
Con toda la
humildad posible, reconociendo el propio pecado, no podemos dejar de recordar
este significado del poder, por más que no resulte agradable, ni sea “políticamente
correcto”.
El discípulo
amado: la autoridad y el pueblo.
Otra dimensión
interesante para resituar el sentido de la autoridad la encontramos en el
Evangelio de Juan, cuando miramos a Pedro que representa la autoridad, y al
discípulo amado que representa al pueblo de Dios, y descubrimos que cuando están juntos, Pedro acierta, pero cuando no hace caso al
discípulo amado, Pedro se equivoca. El poder, cuando se separa y no tiene en
cuenta al pueblo, se equivoca. La jerarquía (y la teología) necesitan dejarse
liberar por la gente sencilla, que no sabe de teologías pero tiene “olfato”,
otra forma de sabiduría y, hace realidad lo que nos dice Isaías, que son los
pobres de Yahvé quienes marcan el camino, nos traen luz y verdad.
Vemos pues la
forma en que la autoridad puede quedar liberada de la tentación del poder (equiparada
con el demonio en el Evangelio): cuando se relaciona con la gente, con el
pueblo, no para enseñar, sino primeramente para escuchar. Luego vendrá la reflexión,
el discernimiento, las propuestas...
Pero el problema
de fondo no es la autoridad y su ejercicio, sino que tras esa cuestión late un
problema de fondo, que va a la raíz: ¿en qué Evangelio, en qué Cristo y en qué
Dios creemos? Y no es ésta una cuestión teórica, sino que tiene importantes repercusiones
prácticas: si yo creo que el Espíritu Santo está presente en todos, ¿porqué no
escucho a todos para saber qué quiere Dios?, ¿porqué no escucho a Dios dónde él
se quiere comunicar?... Se trata de problemas de fe y no sólo de formas y
estructuras organizativas (democracia, participación…)
Andar por estos
andurriales evangélicos agranda la brecha; la prudencia evangélica se impones,
perno no basta, el conflicto está latente y estalla cuando menos se espera.
Iglesia
instalada y comprensión del conflicto.
Llegados a este
punto tal vez sea conveniente recordar que la vocación de la Iglesia es ser
nómada (Abrahán), y que cuando la Iglesia se instala o busca seguridad... se
desvirtúa abonándose el terreno a las tentaciones: teniendo poder y dinero
evangelizaremos mejor; no importa las alianzas que tengamos que hacer...
Y una iglesia
“instalada” también está tentada por otro gran pecado, hoy especialmente grave,
como es el de omisión. Un pecado que hace, para los que estamos instalados y
participamos del bienestar, muy fácil y cómodo ser cristianos; sobre todo
porque la propiedad se ha convertido en un derecho absoluto que prácticamente
nadie discute y, por tanto, alejamos y criminalizamos cualquier amenaza a nuestro
propio bienestar. Se trata, sin embargo de una comodidad construida sobre un
olvido fundamental: que nuestro mundo se sustenta sobre el poder, el tener y el
éxito, y que mantenerse en ellos genera violencia, y da lugar a los
maltratados, los explotados, los oprimidos..., por más que no nos resulte
agradable verlos.
A través de Abrahán Dios nos recuerda la
necesidad de salir de nuestra comodidad. Es lo contrario
a la instalación, representa la vida en un continuo caminar. Lo único que tiene
es que se fía de la palabra de Dios, y nos muestra nuestro gran problema: no
nos fiamos de la Palabra de Dios. Nos fiamos más del derecho canónico, de la
moral, de las normas... Necesitamos volver a la Palabra de Dios. De ese Dios que
elige siempre lo pequeño, lo débil y que hace una promesa: serás padre de un
gran pueblo y heredarás la tierra; un Dios que no nos pide ser buenos, sino que
creamos, pues muchas veces el querer ser buenos nos lleva a ser egoístas.
Aquí encontramos
otra razón de tensiones de los movimientos de la iglesia en el mundo obrero con
buena parte de la jerarquía. La comprensión y denuncia de la persistencia del
conflicto, y las propuestas de un orden alternativo basado en el amor, la verdad,
la justicia y la libertad, que generan muchas resistencias a cualquier cambio,
a cualquier cuestionamiento del orden existente. Nuestra experiencia nos dice
que es necesario ser lúcidos y valientes para no quedarnos callados y denunciar
esta inversión; también para aceptar sus consecuencias.
La forma de
situarnos en el conflicto.
El conflicto
remite al pecado, también al pecador y a la relación con él, temas escabrosos,
que no siempre quedan resueltos de forma
satisfactoria. Hay que amar al pecador, pero el pecado hay que erradicarlo. La
liberación de la opresión implica la destrucción del opresor, en cuanto opresor;
y esto es una tarea difícil y delicada, particularmente cuando nos movemos en
el mundo obrero, en la cima del conflicto capital – trabajo, pero que no puede
ser abandonada por amor a los oprimidos.
Por amor hay que
acoger al pecador, perdonarle, pero dicho amor implica también estar dispuesto
a imposibilitarle sus frutos deshumanizantes para los otros y para sí mismo. El
amor a los enemigos no significa que no se tengan, ni significa que se niegue
que son enemigos, ni quiere decir que se eviten conflictos, ni que no debamos
entrar en confrontación con ellos, ya que pudiera ser que tales hechos sean el
único camino eficaz para combatir las situaciones, para derribar a los ídolos
de la muerte de sus tronos. Los que mantienen una situación generadora de
sufrimiento injusto, son enemigos de todos. Por eso, la única forma de amar a
todos, incluidos a los enemigos, es comprometerse en la lucha para derribar el
sistema que crea enemigos. Éste parece que fue el talante de Jesús: ama a los
oprimidos estando con ellos, y ama a los opresores estando contra ellos. De esta
forma Jesús es para todos.
Por otra parte,
somos conscientes de que hacen falta grandes proyectos a largo plazo (utopía
del reino) para superar la pasividad que genera la instalación, y que nos
permitan dar pasos a un nuevo tipo de persona, de sociedad, de iglesia... Y sabemos
que en esta tarea es muy difícil no “mancharse”, más cuando nos encontramos en
un mundo dividido y roto, en el que aparecen por una parte los pobres, por otra
los ricos y, en medio una enorme “tierra de nadie”, de personas e instituciones
insensibles a las injusticias, encerradas en una neutralidad que no es sino una
forma de defender nuestro bienestar, contra los pobres, y a favor de los ricos.
No es el camino
de la Pastoral Obrera situarse en esa zona de comodidad, evitando
enfrentamientos y tensiones, para no molestar a los poderosos, pues esa actitud
en el fondo significa abandonar y condenar a los pobres a su exclusión. Hoy
sigue siendo real esa afirmación de Helder Cámara: "Si doy comida a los
pobres, me llaman santo. Si pregunto por qué los pobres no tienen comida, me
llaman comunista". Por eso, el estilo pastoral propio de los movimientos
encarnados en el mundo obrero no siempre es bien acogido ni entendido; por eso
muchas veces somos condenados como “rojos”, como poco espiritualistas y
excesivamente políticos, sin tener en cuenta que la peor política es la
aceptación pasiva y sumisión al orden establecido.
jueves, 1 de marzo de 2012
Reforma laboral: ni siquiera el derecho a la salud
El artículo 18 del Real (vaya para qué sirve la monarquía) Decreto-ley 3/2012, de 10 de febrero, de
medidas urgentes para la reforma del mercado laboral. en su artículo 18, sobre extinción
del contrato de trabajo, establece en su punto 5.d. que esta extinción podrá producirse
“Por faltas de asistencia al trabajo, aún justificadas pero intermitentes, que
alcancen el 20 % de las jornadas hábiles en dos meses consecutivos, o el 25 %
en cuatro meses discontinuos dentro de un periodo de doce meses”.
Vamos, traducido a lenguaje entendible, que bastará con que
un trabajador falte nueve días hábiles al trabajo de forma intermitente en dos
meses consecutivos , y aunque sea por causas justificadas (gripe, lumbalgias…)
para que pueda ser despedido con la mínima indemnización de 20 días por año
trabajado con un máximo de 12 mensualidades. También se podrá quedar sin empleo
por las mismas razones si falta entre 20-25 días en cuatro meses discontinuos
dentro de un periodo de 12 meses. Ha bastado eliminar una frase de la anterior
normativa “siempre que el índice total de absentismo de la plantilla del centro
de trabajo supere el 2,5% en los mismos periodos de tiempo». Para disparar
todas las alarmas, pues la eliminación de esta referencia al colectivo
convierte la causa de despido en un tema exclusivamente individual, y pone en
manos de los empresarios una potente arma para deshacerse de trabajadores
mayores, con antigüedad, con problemas de salud… para sustituirlos por otros “más
baratos” y con menos derechos. Una medida, por otra parte, que puede resultar
especialmente perjudicial para las mujeres…
En fin, en cada artículo queda más claro que entiende el PP
y su gobierno por una reforma equilibrada: acentuar el individualismo, para dejar
a los trabajadores sin su principal fuerza: la comunitaria, la colectiva. Se
trata de culpabilizar siempre a los trabajadores de los problemas (en este caso
enfrentado a los “enfermos” con los “sanos” ) del mal funcionamiento de las
empresas, y dejando las manos libres al empresario para que solucione ese falso
problema.
Menos mal que el PP es el partido que defiende a la familia,
y al que bendicen Obispos como Rouco por ello, que si no en vez del despido
igual se planteaban abrir lazaretos o leproserías en que recluirlos. Entre los
muchos ataques a la dignidad de la persona que entraña esta reforma, este
resulta particularmente grave, ya que atenta contra un derecho básico y
universal, como es el derecho a la salud, y espero que desde los sindicatos se
tomen las medidas oportunas, pues es un claro atentado a los derechos humanos,
incluso en su vertiente individualista, y un atentado contra la constitución
que en su artículo 43 Se reconoce el derecho a la protección de la salud.
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