“Son tiempos donde todos están contra todos, donde nadie escucha nadie, tiempos egoístas y mezquinos donde siempre estamos solos” Fito Páez

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lunes, 31 de octubre de 2011

7000 millones de personas en la tierra

La revista National Geographic ha recreado en colaboración con la Academia china de Ciencias un rostro humano con 7000 figuras humanas. (visitar)
Hoy, 31 de octubre de 2011, los medios de comunicación difunden la noticia de que la población mundial alcanza los 7.000 millones de habitantes; incluso señalan un lugar de nacimiento y le ponen un nombre a la criatura. Se trata de un cálculo aproximado de Naciones Unidas que pretende señalar que la humanidad se acerca a un hito.
Al margen de la carga propagandística de esta noticia, merece la pena plantearse que es un hecho de un innegable valor simbólico, al que debemos dedicar alguna atención. Me atrevo a sugerir algunas ideas para esa reflexión.
En primer lugar, la dinámica que viene siguiendo la población humana en su evolución. Se estima que los primeros 1.000 millones de habitantes se alcanzaron allá por 1.800, y se lograron tras un lento y larguísimo proceso que arranca con los orígenes de la humanidad, cientos de miles de años antes. Alcanzar los 2.000 millones no costó tanto, se calcula que unos 120 años, allá por 1.920. Luego se abre un periodo de crecimiento vertiginoso, alcanzando los tres mil millones en 1959, los cuatro mil en 1974, los cinco mil en 1987, los seis mil en 1998 y, ahora en 2011 los siete mil millones. Así, en menos de 100 años la población mundial se ha multiplicado por 3,5, una tasa de crecimiento sin precedentes. Además se espera que, a finales de, presente siglo aumente otros 3.000 millones, alcanzando los 10.000 millones de habitantes. Sn duda, preguntarnos sobre si es posible que nuestro planeta soporte este crecimiento; sobre si el modelo de vida “occidental” (que venimos considerando como el más desarrollado, como el “superior” frente a otras formas de vida) con su dinámica de consumo y generación de residuos; con sus procesos de urbanización y multiplicación de hogares, es compatible con una forma de vida digna, que garantice la autonomía y la libertad de las personas.
Pero esta preocupación debe ir acompañada de otras consideraciones. En particular, hemos de tener en cuenta que si es cierto que entre 1800 y 2008, fecha de inicio de la actual crisis, la población mundial se había triplicado, no es menos cierto que la producción económica por persona se multiplicó por once. En ese mismo periodo se produjeron otros hechos significativos: la esperanza de vida ha aumentado significativamente, alcanzando una media mundial de 70 años; el número medio de hijos por mujer se ha reducido de forma importante, de los 5 hijos de media en 1950 se ha pasado a 2,5 hijos actualmente.
Pero ese aumento de la esperanza de vida, esa reducción del número de hijos, que posibilita ir más allá de la mera supervivencia, en un contexto de gran incremento de la productividad económica, no está dando los frutos que cabría esperar. Basta con repasar los Objetivos de Desarrollo del Milenio, tanto su planteamiento, como los incumplimientos, para darnos cuenta de que casi la mitad del mundo vive con 2 dólares al día, o menos; más de 800 millones de personas viven en barrios marginales; un número similar, en su mayoría mujeres, son analfabetos; cerca de mil millones de personas padecen de inseguridad alimentaria o de desnutrición crónica, mientras en el mundo se producen 2.300 millones de toneladas de granos de cereales (2009-10) -suficientes para mantener de 9 a 11 mil millones de personas- de los que sólo el 46% se dedicaron a alimentación humana; del resto, un 34% fue para alimentar animales domésticos y un 19% para usos industriales (p.e. biocombustibles, almidones, plásticos...)
También merece la pena repensar como de los 208 millones de embarazos que hubo en 2008, alrededor de 86 millones fueron no deseados, y darían lugar a 33 millones de alumbramientos no planificados.--
Pero tordas estas situaciones no tenemos que verla como resultado de los números, sino que hemos de verlas relacionadas con ese grave mal que padece la humanidad y que se llama “abismo de la desigualdad” que, como nos recuerda Rafael Díaz Salazar en un librito de lectura imprescindible (Desigualdades internacionales. Justicia Ya. Editorial Icaria) se manifiesta, por ejemplo, en que el 1% de los hogares acumula el 40% de los activos mundiales, mientras que el 50% más pobre sólo tiene el 1% de la riqueza global de los hogares. O como recordaba el Informe Mundial para el Desarrollo Humano de 2005: el 20% más rico de la población obtiene tres cuartas partes del ingreso mundial, mientras que el 40% más pobre sólo obtiene el 5% del ingreso mundial, son los 2.000 millones de personas que viven con menos de 2 dólares al día; o que las 225 personas más ricas del mundo acumulen una riqueza superior a un billón de dólares, cantidad similar a los ingresos de los 2.500 millones de personas más pobres, que representan el 47% de la población.
Ciertamente, el aumento de la población representa una presión sobre los recursos naturales, pero la presión mayor sigue siendo la inhumana desigualdad que nos acompaña y que hace inviable la vida para una inmensa mayoría de personas.  

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