“Son tiempos donde todos están contra todos, donde nadie escucha nadie, tiempos egoístas y mezquinos donde siempre estamos solos” Fito Páez

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domingo, 5 de septiembre de 2010

Reivindicar la política

Hay que prestigiar a la política, ayudar y exigir a los políticos que la ejerzan de manera digna y honesta.

Creo que de manera totalmente generalizada, en el imaginario colectivo, solemos utilizar el término politización de forma peyorativa. Cuando algo se politiza, mejor andarse con cuidado. ¡Aquí ha entrado la política! Exclamamos, a modo de advertencia. La política sirve, de esta manera, para explicar toda clase de errores y fracasos. Ella es siempre la culpable y es sinónimo de poca claridad: de los apagones de luz, de los atascos, de los suspensos de nuestros hijos, del calentamiento global del planeta y de lo que nos cuesta llegar a final de mes. Los políticos se convierten, así, en nuestros enemigos, en una clase que se aprovecha de todos nosotros y que, como contrapartida, sólo nos complica la existencia.

Lo que es obvio es que este tipo de afirmaciones son enormemente terapéuticas. En la política y en los políticos hemos encontrado un saco en el que volcar todas nuestras frustraciones e, incluso, nuestros errores. Cuando el mundo nos desborda, la política siempre está allí para asumir culpabilidades. Nuestra economía tiene muchas dificultades, la crisis nos ahoga, los mercados dominan nuestras decisiones... Pero según parece, ni los empresarios, ni los trabajadores, ni los ciudadanos, tienen ninguna responsabilidad. El veredicto es claro, como los altavoces mediáticos repiten una y otra vez: la política y los políticos son los culpables de todo.

No tengo nada en contra de la función terapéutica que seguro desempeña la política cuando se convierte en el vertedero donde descargar culpas y responsabilidades, pero me preocupa, sin embargo, que este intenso proceso de desprestigio acabe con la política. Y me preocupa de manera muy intensa que destruyamos la política, porque hablamos de un "invento" muy antiguo y de una gran relevancia... y de un montón de gente honesta comprometida con su territorio y con la búsqueda del interés general. La política es aquello que nos ayuda a resolver los conflictos sin llegar al campo de batalla. La política puede ejercerse mejor o peor, pero es uno de los grandes avances de la humanidad. Antes de la política vivíamos en el miedo y la soledad de un mundo sin reglas, un mundo donde únicamente los más fuertes sobrevivían. Por todo esto me preocupa y mucho, que a base de acusaciones y más acusaciones, de descréditos y más descréditos, acabemos entre todos destruyendo la política.

Para evitarlo, la propia política debe liderar con urgencia un proceso de regeneración ética, porque es cierto que se han producido muchos y graves errores, los cuales obligan a la política y a los políticos a realizar un serio y convincente propósito de enmienda. Pero al lado de este asumir sus culpas, también deben saber reivindicar --sin complejos-- el complicado e imprescindible papel que han de jugar en nuestras sociedades. Deben responder contundentemente ante las acusaciones veraces..., pero también levantarse y proclamar su dignidad frente a las acusaciones banales o, si se prefiere, simplemente terapéuticas. La política es el oficio más noble que alguien pueda ejercer, y los políticos no deberían --no deberíamos-- dejar que nadie lo manchara de manera frívola. Un oficio difícil, noble y valiente, puesto que requiere asumir limitaciones y contradicciones.

De los grandes pensadores de la política, dos de ellos han convertido sus apellidos en adjetivos de uso popular --platónico y maquiavélico-- y podemos usarlos como metáforas de las dificultades del ejercicio de la política. Así, en primer lugar, existe una política platónica: una política interpretada como utopía, como ideal colectivo, como proyecto moral. La política y los políticos deberían esbozar horizontes y trazar las rutas para alcanzarlos. Pero, en segundo lugar, la política también es maquiavélica: una política realista, una política que asume los retos cotidianos y que articula estrategias para alcanzar el poder. La política exige a menudo mirar al suelo, y no perderse en horizontes ensoñadores.

La gran dificultad de la política es que es simultáneamente platónica y maquiavélica y que no se puede escoger. Los políticos se encuentran atrapados en la contradicción de tener la cabeza en las nubes y los pies en el barro. Su posición es pues complicada, muy complicada. Si bajan la cabeza pierden el rumbo, pero cuando la elevan se desentienden de aquello que afecta cotidianamente a la población. Cuando se sumergen en el barro se acercan a los problemas reales, pero se ensucian las manos y tienen dificultades para convencernos de sus ideales de futuro. A veces se obliga a los políticos a que escojan entre "hechos" o "palabras", cuando su compleja obligación es hablar y hacer.

Podemos continuar tratando a nuestros políticos como muñecos de feria y lanzarles los dardos de nuestras frustraciones y podemos, de esta manera, destruir la política. Pero creo que necesitamos política, ahora y más que nunca, mucha política. Hay que prestigiar a la política, ayudar y exigir a los políticos que la ejerzan de manera digna y honesta y proponer a la ciudadanía el dar un paso decisivo para pasar de ser clientes a ciudadanos. Los políticos deben dar los primeros pasos, efectivamente, pero si seguimos empujándoles únicamente los haremos caer hasta que los eliminemos y volvamos al reino de los más fuertes. Quizá esto es lo que les gustaría a algunos; a los más fuertes.

NACHO Celaya. Director General de Participación Ciudadana del Gobierno de Aragón. El Periódico de Aragón. 02/09/2010

1 comentario:

  1. Hola Paco, soy JLuis del Sem. de Lect. Gracias por el artículo, somos amigos de Nacho pero de no ser por tí, se nos habría escapado este "regalo". Un abrazo.

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