Este
breve texto recoge algunas ideas de cómo esos principio de la DSI, así como las
orientaciones del Concilio Vaticanos II, aplicados en el contexto actual,
pueden orientar el compromiso de los cristianos.
En el
capítulo 4º de la exhortación, el Papa Francisco señala “Ahora quisiera compartir mis inquietudes acerca de la dimensión social de la evangelización precisamente porque, si
esta dimensión no está debidamente explicitada, siempre se corre el riesgo de
desfigurar el sentido auténtico e integral que tiene la misión evangelizadora”. (176)
Y lo primero
que nos dice es que: “en el corazón mismo
del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros” (177). Esta
raíz evangélica del compromiso arranca de la propia confesión de fe “Confesar a
un Padre que ama infinitamente a cada ser humano implica descubrir que con ello
le confiere una dignidad infinita” (178) y nos lleva a reconocer “la íntima conexión que existe entre
evangelización y promoción humana…” (178).
Así pues, la
raíz profunda del compromiso se halla en el mismo núcleo de la fe: “dejarse amar por Dios y a amarlo con el amor
que Él mismo nos comunica, provoca en la vida de la persona y en sus acciones
una primera y fundamental reacción: desear, buscar y cuidar el bien de los
demás” (178).
Seguidamente
el Papa nos invita a “meditar
detenidamente algunos textos de las
Escrituras:
§
(Mt 25,40): “Lo
que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, lo hicisteis a mí”
§
(Lc 6,36-38): “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis
juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados;
dad y se os dará […] Con la medida
con que midáis, se os medirá”.
Asentado el
origen profundo del compromiso, nos aporta otra clave para entenderlo y
vivirlo: “El Reino nos reclama”; se
trata de una tarea urgente ya que “toda
la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios» (Rm 8,19)”.
Y señala el Papa los ámbitos propios del compromiso: “Toda la creación quiere decir también todos los aspectos de la vida
humana… todas las dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los
ambientes de la convivencia y todos los pueblos. Nada de lo humano le puede
resultar extraño”.
Recordando el Concilio Vaticano
II: “incumbe a las comunidades cristianas
analizar con objetividad la situación propia de su país”, plantea “dos grandes cuestiones... fundamentales...
porque considero que determinarán el futuro de la humanidad…: la inclusión
social de los pobres y, luego, de la paz y el diálogo social”.
La
inclusión social de los pobres.
Este
compromiso lo plantea desde una doble acción: Oír el clamor de los pobres y
responder a través de la solidaridad con sus necesidades.
Oír
su voz: Igual que Dios escucha el clamor de los pobres todos
estamos llamados a hacerlo: “no se trata
de una misión reservada sólo a algunos: la Iglesia, guiada por el Evangelio de
la misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor por la justicia y
quiere responder a él con todas sus fuerzas”.
Solidarizarse
con sus necesidades: solidaridad que conlleva el mandato de Jesús: ¡Dadles vosotros de comer! (Mc 6,37)”
y que “implica tanto la cooperación para
resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo
integral de los pobres, como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad
ante las miserias muy concretas que encontramos”.
La necesidad de adentrarse en el mundo de
la economía y la política
Esta
inclusión de los pobres requiere medidas estructurales y actuaciones sobre la economía
y la política: “Los planes asistenciales,
que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas
pasajeras…La necesidad de resolver las causas estructurales no puede esperar…”
Ese
tratamiento responde a un diagnóstico: “La
inequidad (= desigualdad) es raíz de los males sociales” y “mientras no se resuelvan radicalmente los
problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y
de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la
inequidad no se resolverán los problemas
del mundo…”. Para la solución de esos problemas “la dignidad de cada persona humana y el bien común son cuestiones que
deberían estructurar toda política económica…”. Lograrlo requiere de la
política, “la política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las
formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común”.
Invitación
a cuidar a los más frágiles de la tierra.
El Papa nos
llama a: “prestar atención para estar
cerca de nuevas formas de pobreza y fragilidad donde estamos llamados a
reconocer a Cristo sufriente… en los sin techo, los toxicodependientes, los refugiados,
los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, etc.”
sin olvidar un llamamiento especial a los migrantes, exhortando “a los países a una generosa apertura, que en
lugar de temer la destrucción de la identidad local sea capaz de crear nuevas
síntesis culturales”. Tampoco olvida otras situaciones dolorosas como: la
trata de personas; las mujeres, doblemente pobres; los niños por nacer; El
conjunto de la creación…
Todos los cristianos estamos
llamados a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo en que vivimos.
El
bien común y la paz social
“La paz social no puede entenderse… como una mera ausencia de violencia
lograda por la imposición de un sector sobre los otros… o como excusa para
justificar una organización social que silencie o tranquilice a los más pobres,
de manera que aquellos que gozan de los mayores beneficios puedan sostener su
estilo de vida… La dignidad de la persona humana y el bien común están por
encima de la tranquilidad de algunos que no quieren renunciar a sus
privilegios. Cuando estos valores se ven afectados, es necesaria una voz
profética… una paz que no surja como
fruto del desarrollo integral de todos, tampoco tendrá futuro y siempre será
semilla de nuevos conflictos y de variadas formas de violencia.
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