“Son tiempos donde todos están contra todos, donde nadie escucha nadie, tiempos egoístas y mezquinos donde siempre estamos solos” Fito Páez

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miércoles, 14 de abril de 2010

El código del buen corrupto.

El Código del buen corrupto (y otros desvaríos de la España plural, de género y medioambientalmente sostenible) es el título de un libro reciente de Ángel Garcés Sanagustín, profesor de Derecho Administrativo, que recoge una selección de algunos de los artículos que su autor ha publicado en los últimos años en distintos medios de comunicación, editada por la Diputación Provincial de Zaragoza. El libro toma la primera parte del título de un artículo publicado el 4 de junio de 2009 en Heraldo de Aragón, artículo que reproduzco, pues me parece que vale la pena releerlo con atención, teniendo en la mente los casos de corrupción que nos salpican y las estrategias de los implicados para intentar defenderse.

Hay una pandemia en los boletines oficiales de normas pastorales, es decir, de preceptos de escaso o nulo valor jurídico que irradian principios éticos, que exhortan a ser mejores. Los códigos del buen gobierno afloran por doquier, aderezados por una exhaustiva enumeración de principios éticos y de conducta. No obstante, el quehacer diario de muchos políticos se adecua a lo que podríamos llamar código del buen corrupto. Sólo hay que analizar las declaraciones de los “presuntos” de toda clase, color y condición para describir un manual de actuación que gira en torno al siguiente decálogo.

Primero. Todo lo que firmes debe venir avalado por un técnico. Previamente, habrás conseguido que la estabilidad del técnico en su puesto dependa de tu libre albedrío.

Segundo. Si te parece insuficiente el aval técnico, no dudes en recabar el aval científico. Para ello dispones de innumerables centros, públicos y privados, dedicados a la educación presuntamente superior. Cuantas más universidades menos Universidad. Cuantos más universitarios menos Universidad.

Tercero. Si te pillan no dimitas nunca. Sería entendido como un signo de debilidad y, lo que es peor, como un reconocimiento implícito de culpabilidad.

Cuarto. Niega lo evidente. Cuanto más graves sean las imputaciones más debes apelar a la tranquilidad de tu conciencia.

Quinto. Defiende tu presunción de inocencia a capa y espada. Agota las vías judiciales, acude al Constitucional y, si es preciso, plantea un recurso ante el Tribunal de Estrasburgo. Apela, en última instancia, a la justicia divina. Siempre te quedará la invocación a Dios y a la Historia.

Sexto. El inevitable paseíllo a la entrada de los juzgados debes hacerlo acompañado de una cuadrilla. Debes entrar arropado por los vítores de tus correligionarios y conmilitones, que portarán banderas y estandartes de tu comunidad autónoma o de tu pueblo. No olvides insistir en que los hechos que se te imputan son un agravio para tu comunidad, a la que sirves con denuedo.

Séptimo. Las urnas sanan y subsanan cualquier responsabilidad política. El Estado de derecho decae ante cualquier convocatoria electoral. Contrapón legitimidad democrática y legalidad democrática. Piensa al respecto en personajes como Hugo Chávez, que consolida su poder autoritario a golpe de cita electoral.

Octavo. Denuncia con vehemencia que eres víctima de una conspiración. Tus rivales no soportan tu éxito e intentan alcanzar a través de los juzgados lo que no consiguen en las urnas.

Noveno. No faltes a ningún festejo, romería o morería convenientemente vestido para la ocasión. Mimetízate con el pueblo.

Décimo. Recuerda que fuera de la actividad política no tienes futuro. Ni pasado.

Katherine Hepburn, en la excelente película de Capra titulada “El estado de la unión”, espeta a la plana mayor del Partido Republicano la siguiente frase: “Vosotros, los políticos, sois profesionales porque los votantes siguen siendo unos aficionados”. Ya se sabe, la perenne actualidad del cine clásico.

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