Los gobiernos de derecha han relanzado su ofensiva contra la
pobreza; ahora se quiere censar a los mendigos y sin techo para expulsarlos, de
momento en Tarragona, pero el populismo xenófobo no tiene barreras; es una
forma de fanatismo que su única salida es la destrucción y la muerte: basta
mirar la historia para caer en la cuenta. Bajo el pretexto de liberar a sus
conciencias de sentimientos de culpa, adoptan decisiones sin medir sus graves
consecuencias; decisiones que en la mayoría de los casos solo atienden a su
posible rendimiento en votos.
Mientras, nuestros políticos nacionales, los del
establishment o la casta, miran para otro lado, encantados de nuevos señuelos que
distraigan al personal y eviten que sus miradas se centren en su incapacidad
(por no hablar de falta de voluntad) para llevar adelante políticas que resuelvan
los auténticos y graves problemas de los ciudadanos y se orienten a la búsqueda
del bien común.
La gestión d la crisis ha sido un continuo atraco para los
intereses de las clases populares: desempleo masivo, empleos precarios, caída permanente
de los salarios, deterioro de los servicios públicos y sociales… Estas políticas
que se presentaban como las únicas posibles, suponían un atraco a los
ciudadanos, un atraco que se basaba en la fórmula habitual de los cacos: ¿la
bolsa o la vida?
Pero la persistencia de la crisis, y de los efectos de las
políticas adoptadas, y las que se espera que adopten esos gobiernos del
establishment o la casta, están situando a millones de personas en un dilema
grave y amargo, que afecta a su propia supervivencia: ¿casa o comida? La
persistente caída de ingresos, y los acelerados recortes en los gastos sociales
frente a las crecientes necesidades, está situando a millones de familias en
ese disparadero; forzándolas a sobrevivir a base de arriesgados cálculos: el
salario social, o la pensión del abuelo, o… para ir trampeando los plazos del
alquiler o la hipoteca y así no nos echan a la calle; comer de los comedores
sociales, la mendicidad, la rebusca en los cubos de los supermercados… y ello
mientras las fuerzas no nos fallen y eviten que nos abandonemos a la
desesperación, la depresión, el suicidio… El chiste del roto, en toda su
crudeza, refleja una realidad vitas que se extiende entre las capas populares.
Pero es igual, España va bien. Las cifras macroeconómicas,
aunque sea a golpe de varitas de magos, o de guantes de tahúres, mejoran; los
ricos siguen creciendo sus riquezas; los bancos siguen recibiendo ayudas para
ser salvados…
Eso sí, al final va a resultar que los responsables son Podemos
y quienes osan votarles y apoyarles, y que se dejan seducir por los cantos de sirena
bolivarianos que llegan de Latinoamérica, especialmente de Venezula, y cuyo
pecado original radica en intentar otras políticas que borren esa diferencia
entre quienes pueden dar la vida por supuesto cada día (cada vez menos gente) y
esa mayoría que cada día ha de luchar por sobrevivir, no frente a los tiburones
de la bolsa, sino a la satisfacción de las necesidades más básicas.