“Son tiempos donde todos están contra todos, donde nadie escucha nadie, tiempos egoístas y mezquinos donde siempre estamos solos” Fito Páez

Páginas

lunes, 28 de septiembre de 2015

Volver a la tribu, en pleno siglo XXI


Siguiendo la noche electoral me sorprende la similitud entre quienes defendiendo el independentismo decían haber ganado las elecciones (Junts pel Si), y quienes defendiendo la permanencia (Ciudadanos) se consideraban los triunfadores en mantener la unidad de la nación.

Y ambos lo hacían ondeando banderas rojas y amarillas, don distinto número de barras, y coreando los unos su independentismo, los otros su nacionalismo (soy español, español…). La identidad tribal como factor diferenciador y definidor o, como diría la sabiduría popular, los mismos perros con distintos collares.
Y todo ello en un contexto dónde millones de emigrantes y refugiados están llamando a unas puertas que cerramos a cal y canto; y que a penas abrimos para pequeños gestos estéticos. Resulta grotesco e inmoral ese ondear de banderas a orillas de un Mediterráneo convertido en un mar de muerte.

Flamear de banderas en el marco de una globalización económica y mercantil y que ha hecho que la globalización de la solidaridad sea uno de los primeros grandes retos de la humanidad para sobrevivir.
Espectáculo burlesco y lleno de contradicciones pues no solo pierde de vista la dinámica global de la sociedad y que nos ha conducido a un momento de auténtica ruptura económica, política y cultural… amenazas que se ven agravadas por el hecho de que la vida de cada habitante del planeta está ligada a decisiones tomadas fuera de su país y sobre las que apenas tiene influencia. Una globalización, pues, que plantea la exigencia ineludible de construir el hombre y la mujer mundial, universal.

Frente a ello, asistimos a una ceguera e inmediatismo que se manifiesta en unas y otras banderas: los unos, convertidos en amalgama ideológica, incapaces de poder encontrar respuestas a los problemas concretos e inmediatos; los otros, queriendo lograr la cuadratura del círculo: liberalismo económico feroz y agresivo y rostro social, que no oculta sus tintes xenófobos, como ocurre con todo nacionalismo, sea del signo que sea.
Banderas que, más allá de trasnochadas etiquetas ideológicas, rinden culto a la gran idolatría de la globalización de los mercados y que pone de manifiesto algunas contradicciones que tendremos que superar para avanzar en ese otro mundo posible:
  • el egoísmo contra la solidaridad
  • del individualismo contra la colectividad
  • del mercado contra el estado
  • del sector privado contra los servicios públicos


Y, ciertamente, hay muchos ciudadanos y ciudadanas que piensan que otro mundo es posible, fundamentado en una economía más solidaria, en una nueva visión del trabajo humano, en un desarrollo más sostenible… que sitúen a la persona, y no las banderas o las ideas, en el centro. Otro mundo que reclama una nueva generación de derechos, nacionales e individuales que interesaban a la burguesía capitalista, sino derechos colectivos y universales: derecho a la paz, a una naturaleza preservada, derecho a la ciudadanía, a una información “no contaminada”… que sólo pueden lograrse eliminando barreras y fronteras, difícilmente estableciendo nuevos límites y divisiones .

Trato de buscar explicaciones para el comportamiento de ese gran número de catalanes que colocaron la bandera por delante de la solidaridad requerida, y tan solo encuentro una razón: la psicología de masas, aquella que aparece detrás de los más nefastos acontecimientos históricos, y que convierte a las personas en analfabetas emocionales. Una situación que llevó a un  colapso moral, que hizo que la población no se hiciera responsable de las consecuencias de sus decisiones, de su banalidad, de su indiferencia.

Banderas, ideologías, idolatrías… la verdadera cuestión moral es qué responsabilidad tenemos en que determinadas estructuras perduren y qué podemos hacer para sustituirlas por otras.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Crisis de los refugiados en la UE: de aquellos polvos, estos lodos.

Asistimos aterrorizados a las escenas en las fronteras de algunos países europeos, donde los refugiados son detenidos, golpeados, maltratados… todo por huir de una guerra que nuestros países han provocado por razones geoestratégicas, para defender el bienestar de occidente.

Las imágenes que ofrecen los medios de comunicación evocan el modelo de persona predominante en el occidente capitalista: un ser sin conciencia y sin escrúpulos, una piltrafa humana, cuyo único móvil es el económico.

Esto es lo que queda de la Europa que presumía de defensora de los las libertades y los derechos. Objetivos éticos a los que Europa ha renunciado en el proceso de construcción europeo, reducido a un mero trámite para construir la Europa de los mercados y los mercaderes,  al tiempo que se enterraba cualquier vestigio de humanismo del que tanto presumía.

Europa se ha vendido a sus socios, especialmente a los últimos, los procedentes de los antiguos países del bloque comunista, meramente en clave económica; más crecimiento, más riqueza, más bienestar individual… Y esta mezcla de mercantilismo e individualismo está en la base de la actuación de unos gobiernos, y de unos ciudadanos, que se oponen a los refugiados: se tiene miedo de que perdamos esa identidad mercantil europea; quieren islamizarnos, dicen; o quieren quitarnos nuestro bienestar: no hay trabajo para todas las personas; las ayudas para los nacionales…

Europa, sumida en la miseria moral del capitalismo, que ha alcanzado el alma de los ciudadanos, nos va convirtiendo en fieles servidores del dios dinero.

Estas imágenes evocan el Éxodo, cuando pone en boca de Dios: yo endureceré el corazón de Faraón, y multiplicaré en la tierra de (Europa) Egipto mis señales y mis maravillas (Ex 7, 4). Frase dura, pero que nos señala como en la pedagogía de la liberación el poder siempre reacciona ejerciendo la violencia y promoviendo el miedo cuando el pueblo reivindica mejorar sus condiciones de vida; pero en este recurso a la violencia empieza a demolerse la fortaleza de los imperios; ya que desenmascara su verdadero rostro y posibilita que cada vez más ciudadanos se unan al proceso liberador.


Hoy asistimos al endurecimiento de los corazones de los faraones europeos, los nacionales y los que rigen la propia Europa; en clave bíblica, se está endureciendo su corazón, porque ya no tiene argumentos; ahora es el tiempo de la gente decente, de la gente que se conmueve con el dolor y el sufrimiento de los migrantes y refugiados… Es el tiempo que Dios convoca a su pueblo para salir de la esclavitud del mercado, y recuperar la dignidad de la persona, de todas y cada una de las personas. 

domingo, 13 de septiembre de 2015

Elecciones catalanas, olor rancio a vieja política

Junto al drama de los refugiados y migrantes la realidad viene marcada por las elecciones catalanas, convertidas en plebiscitarias acerca de su posible independencia del estado español. Pero no hay color; la realidad de los inmigrantes indigna y mueve a la compasión (pasión-con) y la solidaridad. Por el contrario, ese olor de las elecciones catalanas me produce nauseas.


Me asquean los procesos electorales (y preelectorales), porque lejos de ofrecerse razones y argumentos, se abusa de argumentarios ideológicos que enmascaran y desvirtúan la realidad; y no sólo por los líderes políticos, sino sobre todo por los medios de comunicación que presumen de independientes. Al final, mentiras sobre mentiras que tratan de embaucar a los ciudadanos,

En el caso de las elecciones en Catalunya me sienta especialmente mal que se desvirtué el sentido de la democracia y de la utopía: presentar el nacionalismo (sea español, sea catalán) como la panacea para solucionar los problemas; proclamas defendidas, para más inri, por quienes han pisoteado la democracia hasta convertirla en moribunda: corrupción, recortes de derechos y libertades; involución en los derechos sociales… Los nacionalismos no son ninguna solución; son la coartada para seguir reproduciendo democracias de baja intensidad, cuando no políticas totalitarias.

Entiendo que la solución a los problemas pasa por aumentar la autogestión y el autogobierno desde abajo, promoviendo cultura y conciencia crítica y alternativa, conquistando espacios de libertad… Por eso me duele ver a tantas personas comprometidas en la lucha por la libertad, embarcadas en la vieja aventura burguesa del estado nación (catalán o español) y hacerlo de la mano de las principales fuerzas afectadas por la corrupción en nuestro país, y en el marco de un complejo proceso de globalización mundialización.

No quiero negar que frente a esa globalización, la defensa de las identidades (no sólo las nacionales) se convierte en un objetivo de primer orden; pero en un objetivo que sólo puede alcanzarse en el marco de un nuevo escenario político, que requiere de la imaginación, pero que sus líneas básicas pasan por reinventar las formas de convivencia; por una nueva política dónde el peso y la fuerza no esté en los estados sino en los ciudadanos.

La referencia inicial a los refugiados e inmigrantes viene bien para explicar la diferencia entre la vieja y la nueva política: las viejas políticas nacionalistas buscan establecer fronteras diferenciadoras y excluyentes, la realidad de los nuevos nómadas acaba siendo vista con recelos y, convirtiéndolos en nuevos chivos expiatorios.

Espero, fervientemente, que la nueva política sea capaz de abrirse paso entre el ondear de tanta bandera de trapo que oculta el dolor y el sufrimiento de tantas personas, que son los “otros”, los extranjeros, con los que no nos queremos relacionar. Una nueva política que no sea reproducir a escala, más chica o más grande, una democracia limitada que sirva de protección a los intereses m industriales, mercantiles o financieros de los grandes poderes de este mundo; una verdadera democracia participativa, en la que el sujeto seamos los ciudadanos.
Estoy convencido que el camino no es independencia si o independencia no; que es un debate que le gusta a las burguesías, pues en él encuentra aliados que van supeditando sus reivindicaciones transformadoras a un ideal que les aliena y subyuga.


El reto hoy no es dividir, sino unir; construir un hogar universal que respete las diferencias; pero las palancas del cambio hay que buscarlas en otros lugares y en otras formas de hacer política. El cambio se construye de abajo hacia arriba; y cualquier intento de trasformar la realidad desde arriba, es una nueva forma de prolongar la dominación ideológica, la opresión política y la explotación económica, en el fondo, verdaderos objetivos de las democracias representativas.