“Son tiempos donde todos están contra todos, donde nadie escucha nadie, tiempos egoístas y mezquinos donde siempre estamos solos” Fito Páez

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domingo, 28 de noviembre de 2010

Zapatero y el hiyab de los empresarios

Este sábado el presidente del gobierno, Rodríguez Zapatero, convoca en la Moncloa a los principales empresarios del país, no se sabe muy bien para qué, tal vez para lograr una fotografía con la que intentar tranquilizar “a los mercados”, de los que sin duda buena parte de esos empresarios participan.
Lo primero que me llama la atención es el aspecto de todos ellos: traje oscuro y corbata que me recuerda a la función del hiyad o velo islámico. Ya que si la función de este es esconder u ocultar a la vista el rostro, el traje y la corbata parecen querer ocultar unas conciencias ennegrecidas por la usura y la avaricia. Sepulcros blanqueados, según la conocida expresión del evangelio.
Coches de lujo y trajes impolutos,.... como coreografía para ocultar su perfil de aves carroñeras, su hambre de devorar los huesos molidos y destrozados del conjunto de los trabajadores y trabajadoras. Eso sí, con buenas formas: pidiendo que se aceleren y profundicen las reformas; que no le tiemble el pulso, ... que les haga el trabajo sucio; recitando a coro una y otra vez el credo neoliberal, de reducción del gasto público, y toda esa letanía que vienen repitiéndonos estos veinte últimos años.
Y el presidente, embutido en su hiyab, como guiño de complicidad, actuando de bufón de esta bandada que sigue exigiendo sacrificios de inocentes. Una noticia para dejar constancia de lo que está ocurriendo: El Banco Central Europeo ha prestado a los bancos comerciales de la eurozona liquidez ilimitada al 1% El tipo de interés del rescate a Irlanda será de entre el 6% y el 7% Es decir, generosidad con los banqueros que han provocado el daño y mano dura con los pueblos que se endeudan por su culpa.
Este parece ser el tipo de justicia que cabe esperar de este capitalismo en descomposición y de esas aves carroñeras que, embutidas en sus hiyab y sus corbatas, no acaban de saciar su hambre.

sábado, 27 de noviembre de 2010

El cuento de los señores de nuestra vida

Había una vez un sistema económico en Europa, llamado capitalista, en el que todo el mundo pensaba que los mercados financieros cumplían esa función para la que estaban socialmente legitimados: proporcionar financiación a las empresas para que éstas generen riqueza y creen empleo. Mientras la economía de los países prosperaba, el PIB crecía, el desempleo disminuía, los ingresos de los Estados aumentaban hasta el punto de entrar en superávit (en el caso de España), nadie prestaba atención sobre la verdadera naturaleza de estos mercados financieros. Y por lo tanto, nadie sentía la necesidad de controlarlos, regularlos y obligarles a hacerles lo que supuestamente les toca.

Un buen día, los mercados financieros mostraron su verdadera cara: durante años habían estado alimentando de manera irresponsable una gigantesca burbuja especulativa que se pinchó de manera estrepitosa y, a consecuencia de la cual, el sistema capitalista (mundial) cayó precipitadamente en la crisis financiera más intensa desde el crack financiero del 29, aquel que abrió las puertas al empobrecimiento masivo de las clases medias y al advenimiento del fascismo.

La crisis financiera se convirtió rápidamente, como no podía ser de otra manera, en una crisis económica. Como los mercados financieros se basan en la confianza, los bancos dejaron de prestarse dinero entre ellos y dejaron de prestar dinero a las empresas. Para evitar que la crisis económica se convirtiera en un Cataclismo -para evitar que la recesión se convirtiera en depresión- los Estados reaccionaron con celeridad y con espíritu keynesiano, como no podía ser de otra manera. Rescataron a los bancos para que no quebraran, prestándoles carretadas de millones de euros, que no en todos los casos está asegurado que serán devueltos; implementaron estímulos fiscales para activar el consumo de las familias, etc. Con la crisis, los ingresos de los Estados, vía impuestos, se desplomaron (menos trabajadores significa menos ingresos por IRPF, menos consumo significa menos ingresos por IVA, menos empresas significa menos Impuesto de Sociedades, etc.) Y al mismo tiempo su gasto social se disparó (fundamentalmente, por la factura en subsidios de desempleo).

En esta situación, no es de extrañar que países como España, que hasta poco antes de la crisis tenían unas cuentas del Estado perfectamente saneadas, cayeran en déficits públicos aterradores, en muchos casos de más del 10% del PIB. ¿Cómo financiaremos este déficit? -se preguntaban los gobiernos-. No hay otra solución-se contestaban ellos mismos-que acudir a los propios mercados financieros que en su momento provocaron la crisis, a aquellos bancos a los que hemos rescatado, y pedirles que nos presten dinero para pagar nuestros gastos públicos. Así, los gobiernos emitieron títulos de deuda pública-es decir, pidieron un préstamo a los bancos-para financiar su déficit.

Sin embargo, los mercados financieros decidieron que estos gobiernos que les pedían dinero (para pagar pensiones, subsidios de desempleo, escuelas o carreteras) eran poco fiables. Si su déficit era tan grande, su deuda pública crecería de manera acelerada. Si su deuda crecía tanto, no era seguro que, llegado el momento de devolver el dinero, pudieran hacerlo. ¿Y si estos países se endeudaban más de lo que eran capaces de asumir y, al final, acababan haciendo suspensión de pagos?

Por ello, los mercados financieros decidieron que prestar dinero a estos países era muy, muy arriesgado. Y decidieron también que, de acuerdo con su lógica habitual, había que cobrar por este riesgo. Cuanto más alto sea el riesgo, más altos serán los intereses que deben pagar los Estados para poder colocar sus títulos de deuda pública-se dijeron los mercados financieros-. Y, dicho y hecho, los intereses de la deuda pública de países como Grecia, o Portugal, o España, por citar sólo algunos, comenzaron a escalar aceleradamente.

De esta manera, estos países veían como lo que debía ser una solución a su déficit público-emitir títulos de deuda pública-se acababa convirtiendo en una sangría insostenible para su hacienda. Y los mercados financieros veían como los problemas fiscales de los mismos gobiernos que los habían rescatado se convertían en un suculento negocio para ellos: cuanto peor pintaban las cosas para los países, cuanto más grave era su déficit, más altos eran los intereses de su deuda pública y más negocio harían los inversores que compran esta deuda.

Además, los mercados financieros también hacían algo un poco extraño que se llama "operaciones a corto o al descubierto", que consiste en hacer beneficios a cuenta de un activo que pierde valor. La cosa iba, más o menos, así: un inversor pide una acción de una empresa a su propietario y, a cambio de una pequeña prima, promete devolverle al poco, normalmente al cabo de tres días. Pongamos que el lunes la vende por 10 $. Si la empresa tiene problemas y la acción pierde valor, la recompra el jueves por 8 $ y la recupera. Por el camino, ha ganado 2 dólares de beneficio, sin haber creado el más mínimo ápice de riqueza.

Lo más extraño de todo es que los mercados financieros hacían este tipo de "operaciones al descubierto" no sólo con las acciones de las empresas, sino también con los títulos de deuda pública de los países. ¿Cómo lo hacían? Muy sencillo. Si la economía y el déficit público de un país van mal, además tendrá que pagar altísimos intereses para poder colocar sus nuevos títulos de deuda pública en los mercados financieros. Por otra parte, el precio de los títulos que habían emitido en el pasado, y que se compran y venden en los mercados financieros, caerá de manera acelerada (poca gente los querrá comprar y muchos querrán quitárselos de encima).

Este escenario, para los inversores que hacen dinero a base de "operaciones al descubierto" es realmente suculento: si venden deuda pública por 4 euros, el precio de esta deuda se hunde y, gracias a ello, la pueden recomprar a 2 euros ... harán un gran negocio! Por eso, para los mercados financieros que están acostumbrados a las "operaciones al descubierto" la desgracia fiscal de los países es una fuente inmejorable de beneficios. Por ejemplo, el déficit público del gobierno griego servía a la vez, y en el mismo momento, para estas dos cosas: servía para presagiar sacrificios importantes para su población y servía para que los inversores que especulaban a base de "operaciones en el descubierto "hicieran inmensos beneficios con la deuda pública griega, que no paraba de perder valor. Una coincidencia realmente bonita!

Ante esta situación, los gobiernos hicieron lo único que podían hacer: empezar a recortar su gasto público para reducir su déficit público. Se supone que sólo así podían "calmar" los mercados financieros. Se supone que sólo así podían convencerles de que su deuda no era tan arriesgada. Se supone que sólo así podían desvanecer el fantasma de la suspensión de pagos. Se supone que sólo así podían conseguir que los intereses de su deuda pública no se dispararan hasta generar un colapso de sus finanzas.

Los mercados financieros, por tanto, quedaron a los ojos de los ciudadanos entronizados de manera definitiva como "los señores de sus vidas":

a) ellos provocaron la crisis financiera que envió millones de personas en paro

b) ellos están en el origen de la crisis que es la única causa del déficit de los Estados

c) ellos han obligado a estos gobiernos a recortar los sueldos y las pensiones para evitar un descontrol de su deuda pública

Ellos hacen y ellos deshacen. Ellos nos dan el trabajo y nos lo quitan. Ellos deciden nuestro sistema de protección social. Ellos hacen lo que quieren. Y los gobiernos, sean de derechas, sean de izquierdas, siempre a remolque, siempre desbordados por el presente... hacen lo que pueden. O eso, al menos, es lo que pensaban muchos ciudadanos.

Sin embargo, como ocurre en el cuento del traje desnudo del emperador, mientras los mercados financieros se paseaban como los verdaderos "emperadores de nuestra historia", hubo una criatura que comenzó a hacer unas cuantas preguntas. :

La primera: Seguro que la única manera de financiar nuestro déficit público es vendiendo deuda pública en los mercados financieros? Y si estos mismos dinero, en vez de pedirles y luego devolverlos pagando intereses, los gobiernos los alcanzaran por medio de algunos impuestos? Y ahora! ¿Qué dices?! -Le contestaron. Pero la criatura siguió: podríamos poner impuestos al sistema financiero, en vez de pedirle que compre nuestra deuda pública. Al fin y al cabo, el gasto público sirve para pagar escuelas, hospitales y carreteras, pensiones y subsidios de desempleo. Y en cambio, los beneficios que hacen los mercados financieros con nuestra deuda pública, sólo sirve para engordar el patrimonio de aquellos que ya tienen patrimonio.

La segunda: ¿No podríamos prohibir las "operaciones al descubierto" con la deuda pública de los Estados? No me parece razonable-dijo la criatura-que los mercados financieros puedan hacer beneficios ingentes a costa de la desgracia económica de los países. Si lo quieren hacer a costa de la desgracia de las empresas privadas (con acciones), ellos sabrán. Pero un Estado no es una empresa privada y, por tanto, no debería estar permitido especular con su deuda.

Rápidamente, "los sabios del lugar" arrugaron la frente. ¿Impuestos al sistema financiero? Pero ¿cómo? ¿Qué quieres decir? ¡Esto seguramente no se puede hacer! Y la criatura respondió: ¿Y por qué no? Se me ocurren unos cuantos, por ejemplo:

a) un impuesto sobre los beneficios de los bancos

b) un impuesto sobre las transacciones financieras (la célebre "tasa Tobin")

c) un impuesto sobre los sueldos y los bonus que cobran los directivos de las entidades financieras y que están, en muchos casos, origen de su comportamiento completamente irresponsable

Mientras tanto se producía este diálogo, de entre la gente salían algunas voces que decían: Si además de recortar nuestra gasto social para reducir nuestro déficit público, si además de ello, los gobiernos fuesen capaces de sacar adelante la reforma de los mercados financieros y una reforma fiscal, entonces quizás nos miraríamos el futuro de otra manera, aunque el presente sea tan duro y tan lleno de sacrificios...

¿Qué quiere decir cuando habla de una reforma fiscal y de una reforma financiera? -Preguntaba alguien-. Y las mismas voces contestaban: Pues eso! Una reforma fiscal-que, ciertamente, sólo podemos hacer a escala europea-nos permitiría afrontar la reducción del déficit público, de una manera más justa. Sin cargar todo el ajuste fiscal sobre las espaldas de los más débiles y que, además, no tienen ninguna culpa de la crisis. Nos permitiría que el ajuste también recaiga, al menos en parte, sobre aquellos que provocaron la crisis y que ahora hacen beneficios a cuenta de la misma.

Y una reforma financiera-que, ciertamente, sólo podemos hacer a escala mundial-nos permitiría evitar que los mercados financieros vuelvan a caer en el tipo de comportamientos irresponsables, corto-terministas y especulativos que han provocado todo este desastre que ahora estamos pagando nosotros.

Chico, quizá tienes razón -contestó la gente-. Si además de recortarnos los sueldos y las pensiones, nuestros líderes (o al menos los que son de izquierdas) fueran capaces de dar la batalla para sacar adelante estas dos reformas ... Si los viéramos luchando por ello, aunque no tengamos ninguna garantía de que la batalla será ganada ... Entonces quizás sí que veríamos el presente y el futuro de otra manera. Entonces quizás sí que no lo mandaríamos todo a hacer puñetas... votando el primer populista que pase por delante nuestro, dispuesto a canalizar nuestra indignación, nuestra frustración y nuestro desconcierto.

Y la historia, como siempre, continuará. Pero, por ahora, desconocemos el final del cuento.

Nota: Traducción "libre" de una entrada del blog de Toni Comín.

martes, 2 de noviembre de 2010

Recordando a Marcelino

En memoria de Marcelino Camacho y como reconocimiento, en su trabajo y en su persona, a aquella generación de militantes obreros —muchos anónimos— que pagaron con despidos, cárcel o la vida su lucha por los derechos actuales (y tan gravemente amenazados por la reciente reforma laboral). Y, de un modo particular, destacar esos valores que supieron encarnar y que hoy siguen constituyendo un referente para el mundo obrero, en particular su entrega, su comportamiento austero y la fidelidad a sus principios.

Marcelino (Víctor Manuel, 1976)

Ya estás aquí de pie;
Inquebrantable aliento de nosotros;
y que dirán ahora los que ayer te cubrían de lodo.
Cuando habla la razón no cabe la revancha ni el rencor.

Hay que apretar el puño y caminar,
hay que juntar la fuerza y caminar.

Ya estás aquí de pie;
con esa forma tuya de enseñarnos,
dos pasos adelante y uno atrás
si es necesario.
Se trata de luchar
teniendo como alma la verdad.

Ya estás aquí
de pie para brindar tu ejemplo al compañero
que dijo alguna vez: no puedo más
y aquí me quedo.
Será fundamental
que todos defendamos la unidad.

Ya estás aquí de pie
semilla de un mañana victorioso
cimiento de una patria elemental
donde hablen todos.
Se trata de arrancar
nunca se regaló la libertad.

(Escuchar la canción)